Quiero misericordia, y no sacrificios
Esforcémonos por conocer al Señor: su amanecer es como la aurora, y su sentencia surge como la luz. Bajará sobre nosotros como lluvia temprana, como lluvia tardía que empapa la tierra. "¿Qué haré de ti, Efraín? ¿Qué haré de ti, Judá? Vuestra piedad es como nube mañanera, como rocío de madrugada que se evapora. Por eso os herí por medio de los profetas, os condené con la palabra de mi boca. Quiero misericordia, y no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos."
REFLEXIÓN
El profeta Oseas pregona abiertamente la misericordia del Señor, actitud que se expresa con la paciencia que está teniendo con el pueblo que constantemente le es infiel; su relación no es sincera, es algo que se desvanece con gran facilidad, como le ocurre a la niebla o al rocío de la mañana: con los primeros rayos del sol desaparece todo, sin embargo la misericordia del Señor es como lluvia temprana que empapa la tierra y la llena de su amor, pero el pueblo no responde lo mismo: todo lo arregla con cuatro sacrificios, ritos vacíos, actos de cumplido creyendo que de esa forma van a contentar a Dios y para Él lo único que lo conforma es un cambio radical de corazón que haga responder con la misma misericordia que Él tiene para con el pueblo: “Quiero misericordia, y no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos."
Estas palabras cobran una actualidad extraordinaria entre nosotros cuando estamos tendemos con tanta facilidad a llenarlo todo de “formulismos”, a preparar grandes escenarios, concentraciones multitudinarias, signos de grandeza, expresiones de poder… y luego nos falta tiempo, capacidad, ternura para dirigirnos a una persona que nos está necesitando y lo único que necesita es que alguien le haga un gesto que le indique que cuenta como persona.
Salmo responsorial: 49
Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios.
El Dios de los dioses, el Señor, habla: /
convoca la tierra de oriente a occidente. /
"No te reprocho tus sacrificios, /
pues siempre están tus holocaustos ante mí." R.
Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios.
"Si tuviera hambre, no te lo diría; /
pues el orbe y cuento lo llena es mío. /
¿Comeré yo carne de toros, /
beberé sangre de cabritos?" R.
Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios.
"Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza, /
cumple tus votos al Altísimo / e invócame el día del peligro: /
yo te libraré, y tú me darás gloria." R.
Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios.
Lectura de la carta del apóstol S. pablo a los Romanos 4,18‑25
Se hizo fuerte en la fe, dando con ello gloria a Dios
Hermanos: Abrahán, apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: Así será tu descendencia. No vaciló en la fe, aun dándose cuenta de que su cuerpo estaba medio muerto ‑tenía unos cien años, y estéril el seno de Sara. Ante la promesa no fue incrédulo, sino que se hizo fuerte en la fe, dando con ello gloria a Dios, al persuadirse de que Dios es capaz de hacer lo que promete, por lo cual le valió la justificación. Y no sólo por él está escrito: "Le valió", sino también por nosotros, a quienes nos valdrá si creemos en el que resucitó de entre los muertos a nuestro Señor Jesús, que fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación.
REFLEXIÓN
Abrahán se fió de la promesa que Dios le había hecho, aunque a la vista de los hombres fuera algo imposible: él tenía cerca de 100 años y Sara ya anciana y estéril. Abrahán acepta el imposible humano de ser el origen de un gran pueblo, cuando todo le dice que es un disparate lo que está pensando. Sin embargo, se dejó conducir por Dios y aceptó el camino que le presentó… al final ocurrió lo que nadie podía imaginar: ese pueblo hoy llena la tierra y ha traspasado las barreras de la cultura, de la lengua, de la raza y de la misma geografía.
Las promesas de Jesús siguen hoy en pie y resuenan como un eco en la vida del pueblo (de la iglesia) “Yo estaré con vosotros hasta el final de los tiempos…” “No tengáis miedo, yo he vencido al mundo…” “Yo os daré el ciento por uno…” “Yo os daré mi Espíritu que responderá por vosotros…” “No os dejaré solos…”
Esa presencia prometida, ese apoyo no solo prometido, sino demostrado en millones de personas que confiaron en su palabra y se dejaron en sus manos, nada de eso nos sirve como prueba de evidencia y queremos contabilizarlo, comprobarlo y controlarlo… pero cuando eso es así, ya no es fe, ya no es confianza, ya no es creer en su palabra ni fiarse de ella, lógicamente, nos convertimos en obstáculos para la acción salvadora de Dios.
Lectura del santo evangelio según S. Mateo 9,9‑13
No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores
En aquel tiempo, vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: "Sígueme." Él se levantó y lo siguió. Y, estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: "¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?" Jesús lo oyó y dijo: "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa "misericordia quiero y no sacrificios": que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores."
REFLEXIÓN.
Frente a la forma que tiene Jesús de hacer las cosas, choca enormemente lo que nosotros hacemos y cómo lo concebimos: Jesús no excluye a nadie de la posibilidad de su amistad y cuando se encuentra con alguien, celebra el encuentro con una comida: hoy nos lo presenta el evangelio participando en la fiesta que da Mateo cuando se siente llamado por Jesús a seguirlo y Mateo invita a todos sus amigos, publicanos y pecadores a la fiesta en la que Jesús se siente a gusto con ellos mientras la gente lo critica.
En otro momento se encuentra con Zaqueo, otro publicano (pecador público) y el mismo Jesús se hace invitar a su casa y en la sobremesa se da el encuentro y la apertura a la salvación por parte de Zaqueo. La gente, mientras lo critica.
En otro momento Jesús acepta la invitación que le hace un alto dignatario fariseo quien rompe el protocolo con Jesús, tal vez queriendo hacerse el “progre”, pero no fue capaz de soportar la apertura de Jesús que acoge a una mujer de mala reputación que entró a la casa a saludarlo, rompiendo también las reglas. Y Simón se escandaliza.
Si miramos toda la trayectoria de Jesús vemos que su misión la realizó fundamentalmente en el tú a tú con las personas y esos encuentros los corroboraba con una comida, indicando que de la mesa nunca se puede salir indiferente.
Es curioso que su NUEVA ALIANZA la haga también en una comida en la que El mismo es el cordero que se comparte, pero es tremendamente triste que la hayamos cambiado tanto de sentido, que de la Eucaristía lo último que salimos es AMIGOS y HERMANOS, personas nuevas, con una visión completamente distinta del otro; y lo que es mas triste todavía: hasta renegamos, si es que alguien nos invita a participar de algo que le inquiete o celebre en su día: pensemos en sacramentos, bodas, bautizos, funerales… donde cada uno se cuece sus sentimientos, se come su comida y le importa un bledo lo que le ocurre al hermano, que es lo último como lo consideramos.
En aquel momento criticaban a Jesús por hacer las cosas así y hoy seguimos haciendo exactamente lo mismo, aunque disfrazado con otras formas.
El día en que la Eucaristía sea la comida de los amigos que comparten la alegría del encuentro con Jesús y deje de ser un rito de cumplido social o de una norma; el día en que la Eucaristía sea el banquete de la comunidad creyente que celebra la alegría de la lucha por la instauración del reino y no vive pendiente del cumplimiento exacto de unas formulas que tienen un significado tan profundo que nadie entiende ni están en conexión con la vida… ese momento, cada “Cena” será “Lacena del Señor” que transforma la vida del mundo y de todos los que la comparten.