miércoles, 26 de marzo de 2008

SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA -A-

PRIMERA LECTURA
Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común

Lectura de los Hechos de los Apóstoles 2, 42‑47

Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones.
Todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios y signos que los apóstoles hacían en Jerusalén. Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. A diario acudían al templo todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos alabando a Dios con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo y día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando.

Palabra de Dios.

REFLEXIÓN

“Lo normal se convierte en excepcional”

En un primer momento de la lectura del texto da la sensación de que los apóstoles y los primeros creyentes en Jesús empezaron a hacer cosas raras, pero cuando lo leemos despacio y nos ubicamos en el contexto, las cosas cambian radicalmente, hagamos la prueba a leerlo de otra manera: Los apóstoles y los discípulos, cuando muere Jesús, se quedan desconcertados, fracasados, desilusionados… se quedaron –según el dicho popular- con las patas colgando: sin nada, sin trabajo, sin prestigio, perseguidos despreciados, llenos de miedo, y desconfianza… ¡acabados!
Lo único que les queda, aunque se les hayan venido abajo sus expectativas de poder, era el recuerdo de la experiencia de fraternidad que habían vivido con Jesús, esto, independientemente de toda la sensación de fracaso, ha sido algo que ha merecido la pena. Es como el rescoldo que les queda y que les hace instintivamente volver a reunirse y al hacerlo, sienten que la fuerza de Jesús está allí, que en la comunidad, aunque atraviese un momento difícil, sigue valiendo la pena vivir y es donde únicamente las cosas tienen otro valor, pues con los hermanos el miedo se diluye y el coraje se aumenta.
Y la vivencia comunitaria que siguen llevando por inercia reaviva de nuevo el fuego que había estado a punto de apagarse y allí comienza a tomar de nuevo fuerza todo el mensaje de Jesús. El no ha muerto, sigue presente en medio de ellos, lo sienten que vive en el grupo y cada uno empieza a recordar lo que había dicho el maestro y a sentir que llevaba razón, a verlo con claridad y cada uno empieza a hacer vida todo aquello que le había oído a Jesús, aquellas respuestas que le había visto a Jesús dar a situaciones concretas y comienza a hacerlas suyas… La experiencia vivida con Jesús les hace superar el miedo, levantarse de la caída y enfrentar la situación con una nueva forma de mirar y de valorar las cosas y la vida.
Este cambio radical que se ha dado en ellos va convirtiéndose en una situación que causa extrañeza en la gente que los ve, pues el mundo sigue su ritmo: atropello, injusticia, soledad, marginación, abandono, desidia y desprecio del pobre… esto se ha establecido como algo normal e inevitable, en cambio en ellos, esta situación no la pueden compaginar con lo que han vivido y que ahora no pueden hacer de otra manera: vivir en comunidad, compartir las penas, las alegrías y hasta los bienes, hacer míos los sufrimientos de mi hermano y no quedarme tranquilo mientras otro sufre… Esto se convierte en distintivo de aquellos que se llaman creyentes en Jesús, algo absolutamente normal y lógico que produce desconcierto en un mundo que considera imposible esta vivencia. Y ante esta actitud frente a la vida, dice el libro de los Hechos que “día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando.”
El problema nuestro hoy es que no hemos vivido la experiencia de Cristo, no tenemos referente, no queda el rescoldo que se pueda reavivar, a lo sumo no tenemos más que ritos como signo de pertenencia y, lógicamente, no estamos en la situación de los cristianos primeros, sino en la de los judíos piadosos, ellos mataron a Jesús justamente por cuestiones de ritos, pues consideraban a los cristianos ateos y blasfemos, lo mismo que habían considerado a Jesús. Allí donde hay un rescoldo, incluso una situación adversa lo reaviva, en cambio, donde nada existe, hasta la misma comodidad impide que algo nazca.

Salmo responsorial Sal 117, 2‑4. 13‑15. 22‑24

V/. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia. (o, Aleluya)

R/. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.

V/. Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón: eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor: eterna es su misericordia.

R/. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.

V/. Empujaban y empujaban para derribarme, pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía, él es mi salvación.
Escuchad: hay cantos de victoria en las tiendas de los justos.

R/. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.

V/. La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente.
Este es el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo.

R/. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.


SEGUNDA LECTURA
Por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva


Lectura de la primera carta del Apóstol San Pedro 1, 3‑9

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo.
La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final.
Alegraos de ello, aunque de momento tengáis que sufrir un poco, en pruebas diversas: así la comprobación de vuestra fe —de más precio que el oro que, aunque perecedero, lo aquilatan a fuego— llegará a ser alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo nuestro Señor.
No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él ; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación.

Palabra de Dios



REFLEXIÓN

“Morir de sed al lado de la fuente”

S. Pedro invita a los creyentes de la comunidad a que no se agobien ni se vengan abajo aunque lo estén pasando mal por el momento que viven, eso es como una tormenta de verano que los va a fortalecer, lo mismo que el fuego purifica y aquilata; ahora se va a comprobar dónde hay una fe verdadera o de puras conveniencias.
La batalla que están librando no se trata de algo que se vive en la oscuridad y sin perspectivas, que nos lleva al desaliento y al abandono porque no se sepa a dónde va a ir a para todo. Hay una certeza infalible: Jesucristo ha resucitado y por su resurrección nos ha devuelto la confianza y ha hecho renacer la esperanza. La muerte no es el final de todo.
Cristo nos ha devuelto la confianza que habíamos perdido al ponerlo todo en nuestras fuerzas, en nuestros proyectos y en nuestros intereses; ha quedado constancia que todo eso no tenía consistencia, vienen al caso las palabras del profeta: “maldito el hombre que pone su confianza en el hombre” pues volverá a caer todas las veces que se presente la dificultad y volverá a repetir los mismos errores.
Nosotros seguimos sintiendo en nuestra carne toda la fragilidad humana: el hambre, la inseguridad, ante el futuro: la vejez. La enfermedad, la soledad, el abandono… situaciones completamente nuestras que nosotros convertimos en verdaderas tragedias. Sin embargo, lo último y lo peor que nos pudiera ocurrir y que es lo que mas tememos: la muerte, eso ha sido resuelto por Cristo y, aunque todo lo intermedio esté en nuestras manos (situaciones de injusticia, el hambre, el atropello…) y no seamos capaces de darle solución, al final, no nos quedará más remedio que aceptar que con toda nuestra sabiduría no fuimos capaces de arreglarlo y fracasamos en la vida al no ser capaces de hacer felices a los demás y, en consecuencia, tampoco nosotros mismos, sabiendo que la batalla definitiva estaba ya ganada. Será algo así como morir de sed al lado de la fuente o morir en la miseria con una fortuna guardada en un banco.



Aleluya Jn 20, 29

Si no se canta, puede omitirse

Aleluya, aleluya.
Porque me has visto, Tomás, has creído
—dice el Señor.
Paz a vosotros.
Dichosos los que creen sin haber visto.
Aleluya.


EVANGELIO
A los ocho días llegó Jesús

Lectura del santo Evangelio según San Juan 20, 19‑31

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
—Paz a vosotros.
Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
—Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y dicho esto exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
—Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
Tomás, uno de los doce, llamado El Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
—Hemos visto al Señor.
Pero él los contesto:
Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
—Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás:
—Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Contestó Tomás:
—¡Señor mío y Dios mío!
Jesús le dijo:
—¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su Nombre.
Palabra del Señor



REFLEXIÓN

“Ni metiendo las manos en las llagas”

La postura de Tomás la repetimos constantemente: “no creo más allá de lo que veo” lo malo es que no hay peor ciego que el que no quiere ver, pues viendo, volvemos a caer cien veces en el mismo agujero y hechos pedazos en la caída, seguimos diciendo que no hemos caído o que han sido otros los culpables o los que han caído. Esta es la historia constante en el camino de la vida.
Y andamos buscando y exigiendo evidencias, pero estamos viendo y constatando que aquellas evidencias que tenemos y que pertenecen a nuestra razón, a nuestros medios, son tan fuertes y reales como las de las manos y el costado de Jesús, pero ante eso cerramos los ojos y exigimos lo contrario, sin querer aceptar que lo contrario no se va a dar mientras no quitemos lo que hemos montado. Por otro lado si las evidencias que pedimos han de ser aquellas que dependen de nosotros, a veces no se sabe que sería preferible si el tenerlas o el quedarse en la completa oscuridad.
Ya hemos metido la mano en la llaga del corazón de la humanidad y estamos constatando la frialdad del desamor, de la soledad, de la marginación, del abandono, de la injusticia, del egoísmo… ¿Todavía no me convenzo que por ahí no llego a ningún sitio?
Ya hemos metido nuestros dedos en las llagas de las manos de la injusticia, del sistema del consumo que produce la miseria y la avaricia en el corazón del hombre y lo deja hecho una piltrafa; ya estamos constatando el dolor y la cruz que se está cargando en millones de seres inocentes a quienes se les priva de sus derechos elementales… ¿Y no me convenzo que ese no es el camino que lleva a la felicidad?¿Qué evidencias necesitamos para convencernos que estamos equivocados?
Estamos de vuelta de todo, pero de todo lo malo que estamos haciendo. Ha llegado el momento en que hemos perdido la ilusión, creemos que ya nos lo sabemos todos, que nada vale la pena, que no vamos a cambiar nada… nos hemos encerrado exactamente igual que aquellos primeros “creyentes” que cuando las cosas no salieron como esperaban, lo dieron todo por perdido y tenemos la tentación de apartarnos y darnos por vencidos
Necesitamos el milagro de que Dios sople de nuevo su Espíritu para que reavive en nosotros la esperanza, la alegría y nos devuelva la paz para salir de esta rutina en la que hemos caído de una vivencia de la fe convencional y vacía, intimista, encerrada, ritual y sin compromiso.