viernes, 14 de marzo de 2008

MEDITACIONES EN LA SEMANA DE PASIÓN



INTRODUCCIÓN

Estos días todo el mundo cristiano celebra el acontecimiento más grande que se ha dado en la historia de la humanidad: la muerte y la resurrección de Jesús.
Para los que no son creyentes y en Él no ven más que un ser humano, su muerte es el prototipo de lo que tiene que hacer un hombre que es coherente con su vida y que es capaz de apostar por un ideal y llevarlo hasta las últimas consecuencias
Jesús es el prototipo del hombre LIBRE (con mayúsculas) que vivió, luchó y fue fiel a una causa hasta el extremo.
Para nosotros los creyentes, Jesús, además de todo eso que creen los otros, su muerte ha sido el precio que Dios ha pagado por nuestra libertad. Su muerte, de alguna forma ha sido nuestra muerte y en ella ha sido vencida y aniquilada para siempre la miseria del hombre. Su muerte ha sido el paso obligado para la resurrección.
En esta semana, en el mundo entero hay celebraciones especiales; las imágenes de la pasión, ejercen un papel importantísimo en la catequesis para el pueblo.
Nosotros, vamos a hacer un ejercicio un poco especial: intentando seguir el esquema que proponen los maestros de espiritualidad vamos a hacer una “composición de lugar”, es decir: vamos a imaginar que tenemos la posibilidad de acercarnos a Jesús ahora, después que han pasado ya tantos siglos y le vamos a ir preguntando cada día de esta semana que nos cuente Él mismo lo que le pasó, qué sintió y qué hizo para que en el poco tiempo que estuvo hablando y actuando en público creara una convulsión tan grande.
El no fue un delincuente, no fue un malhechor, no fue un revolucionario que anduviera amotinando a la gente, no fue un político que intentara montar un partido en la oposición, no fue un líder de una secta religiosa... no fue nada de eso y sin embargo lo acusaron de todo eso.
¿Cómo es posible que alguien que “pasó haciendo el bien”, que “en sus labios no encontraron la mentira”, que no aceptó en ningún momento la violencia, que luchó abiertamente por la paz... llegara a crear un consenso común en las altas esferas, que eran enemigas las unas de las otras, para aliarse y matarlo?, pues ocurrió que no lo sintieron aliado con ninguno, porque todos se sintieron denunciados por él. Solo el pensar en esto, es ya una incógnita que uno no llega a explicarse.
Como los discípulos de Juan, nos vamos a acercar en estos días y le vamos a ir haciendo preguntas, a modo de una entrevista, para que él mismo nos las vaya contestando a medida que vamos celebrando los hechos que se sucedieron en aquella semana. Los interlocutores son: YO - JESÚS


DOMINGO DE RAMOS

YO-
Señor, qué pasó ese día, cuéntanos. Nunca habías querido que te toma­ran por rey, y ese día te presentaste en Jerusalén como quien tiene toda la autori­dad de un rey, dispuesto a cambiarlo todo…
¡Menuda la que montaste en el templo!
Pero peor aún fue cómo interpreta­ron lo que habías hecho: entendieron que estabas dispuesto a destruir toda la es­tructura del pueblo de Israel, no era la cosa así tan simple. Dinos qué había en el fondo de todo esto.

JESÚS
Verás, la cosa ya venía de atrás: habíamos estado en Galilea; allí la gente lo pasaba muy mal, estaban completamente marginados.
A todos los galileos nos tenían por gentiles, por paganos e impuros... éramos gente de mal vivir... pero mi gente era buena, tenía, un gran respeto a Dios y por eso no querían pagarle los impuestos al César, pues entendían que el impuesto se le paga al dueño de la tierra y ese dueño era Yahvé.
Ellos no podían tolerar que el César viniera a hacerse Dios y suplantar a Yahvé. Llevaban toda la razón, yo también pensaba así y todos los hombres de mi tierra.
Yo empecé a anunciarles el Reino, pero ellos estaban obsesionados, obstinados; ellos sólo querían quitarse de encima la opresión del imperio, sólo entendían que había que derribarlo y desquitarse de todo lo que habían sufrido.
Yo comprendía su dolor y el que quisieran quitarse de encima la carga que llevábamos y la opresión que nos tenía sometidos. Yo también estaba de acuerdo con eso, pero entendía que había que ir mucho más adelante pues si no, nosotros mismos nos convertiríamos en esclavizadores y eso era contrario a nuestro ser de pueblo.
Yahvé, mi Padre, nos quiso un pueblo libre y no permitía que fuésemos tampoco esclavizadores de nadie. Para eso nos dio los Mandamientos.
Mi pueblo había caído demasiado bajo: había perdido la dignidad, su autoestima la tenía por los suelos, no hacían valer nada que viniese del pueblo mismo. Fijaos que en mi pueblo yo no pude hacer ningún signo del reino, pues no creían en nada y menos en mí, ya que conocían mi familia. Me dijeron más bien que estaba loco y que tenía alianza con el diablo.
El pueblo estaba completamente desorientado, perdido, como rebaño sin pastor, a la merced de unos cuantos que andaban dándoselas de pastores y salvadores y aparecían a cada momento ofreciendo la salvación, mientras le sacaban el jugo y los engañaban, haciéndole perder la capacidad de reacción, de crítica, de tomar una decisión… estaban convirtiendo al pueblo en un rebaño de borregos y llevándolo a su destrucción. Esos dirigentes de mi pueblo no lo querían, sino que solo luchaban por sus intereses y andaban aliados con los romanos y con quien fuera con tal de sacar adelante sus intereses y mantener su estado de confort a costillas de las ovejas; la misma cosa habían denunciado en otros tiempos los profetas (Mc 6,50-44; 8,1-10; Mt 14,15-21; 15,52-59)
Pero lo que más me dolía, es que mis mismos amigos no veían más allá del estómago y también ellos estaban de acuerdo y andaban ofuscados por coger la posibilidad de aprovecharse también y chupar. (Mc. 6,52; 8,17-18.21) Todos esperaban la revancha.
Yo les invitaba a que se dieran cuenta que había que cambiar la actitud que tenían, la manera de ver las cosas, porque de lo contrario llegaríamos a ser peor que ellos, que había que compartir... esta fue la lección que quise darles cuando hice que comiera tanta gente, pero ellos no vieron lo que hice, sino que sólo se quedaron con el hecho de ver que les llené el estómago y no entendieron más: ese era el rey que ellos querían, el que les proporcionara la comida sin esfuerzo.
Decidí, por fin, dejar Galilea e ir definitivamente a Jerusalén. Yo sabía que allí no iban a ir las cosas mejor, ni que la gente iba a entender de forma distinta a como lo habían hecho en mi tierra. El problema no era entender o no entender sino otra cosa, se trataba de vivir en libertad
Verás: las cosas van muy bien mientras todo se mantiene en la teoría; el problema se da cuando hay que pasar a la práctica: mientras estuve hablando del reino todo el mundo lo veía muy lindo y como la respuesta definitiva que había que dar. Cuando comencé a invitar a poner en práctica lo que significaba el reino, para que todos lo vieran... ahí empezaron las deserciones y las dificulta­des.
Siempre ocurre así: todo va muy bien mientras a la gente no le pides que se defina, cuando lo haces, ahí vienen las excusas, los inconvenientes, los miedos, los prejuicios, las "prudencias" y empieza a aparecer la gente que anda a dos caras, intentando quedar bien con todo el mundo, pero sin comprometerse con nada ni con nadie.
Esto es tremendo y obstaculiza el que las cosas funcionen. Eso ocurrió en Galilea y también con mis mismos amigos: cuando les dije lo que había, muchos me dejaron diciendo que era muy duro lo que estaba pidiendo.
Yo tenía muy clara la película, sabía que en Jerusalén no iban a ir las cosas mejor que en los otros sitios; presentía que era el final y por eso lo dije bien claro a mis amigos mientras íbamos de camino, y tuve que llamarle la atención fuertemente a Pedro que andaba presumiendo de ser fiel a los amigos y coherente con lo que pensaba, incluso me dijo que estaba dispuesto a dar la vida por mí... yo sabia que era como todos los demás, pero no podía permitirle que siguiera queriendo coger el puesto del que tiene la primacía y por tanto, el que más derechos tiene.
Yo no funciono pensando en derechos, sino en obligaciones, pues el amor nunca mira derechos, sino servicios, entrega donación...
En definitiva, todos esperaban y deseaban que llegásemos a Jerusalén y diésemos un golpe de estado; cuando íbamos de camino iban hablando entre ellos del tema y tuve que ponerles los pies en la tierra: no vamos a dar ningún golpe de estado, sino que a mí me van a coger preso, me van a juzgar y me van a matar. Eso parece que no les gustó.
Pero se animaron cuando llegamos a Jerusalén y a mí se me ocurrió entrar sobre el burro y vieron cómo la gente me recibió, pues sabían que esa pascua yo iba a ir a Jerusalén y había mucha gente que me estaba esperando, el espectáculo para la fiesta lo tenían asegurado.
Pero también había otros que me esperaban para otra cosa, pues temían que se diese algún levantamiento: los jefes del pueblo habían puesto las cosas a un punto tal que ya era insoportable, y cualquier día podía levantarse el pueblo, bastaba que cualquiera quisiera coger la cabeza; todos esperaban que lo hiciese yo, pero no eran esas mis pretensiones.
Me fui al templo que, sabéis bien, era el lugar de encuentro de todos los israelitas, era nuestra casa.
El templo era el signo máximo de grandeza de Israel; era el signo de la presencia de Dios en medio de nosotros.
Por toda nuestra historia Yahvé había caminado junto a su pueblo, su tienda había estado en medio de nosotros. El pueblo entero estaba en torno a Él. Así había sido siempre, pero nuestros dirigentes lo habían cambiado todo. Ese templo ya no era signo de la presencia de Dios entre nosotros, sino el signo de la presencia del mismísimo diablo, pues en él estaban concentra­dos todos los mecanismos de opresión: el banco, el comercio, los políticos, los legisladores, los guías del pueblo, hasta el emperador de Roma estaba metido allí con sus soldados. Aquella no era la casa de mi Padre, sino una cueva de bandidos.
¿Cómo podéis imaginar que me sintiera cuando vi aquello? La indignación me llenó hasta arriba. ¿Creéis que podría quedarme indiferente ante semejante atropello y ofensa a mi pueblo, a mi cultura y a mi Padre?
Ese templo lo habían prostituido y en nombre de mi Padre estaban adorando al dios dinero, al dios poder... ¿Os quedaríais vosotros con los brazos cruzados? ¡Pues tampoco me quedé yo!
Ya sé que a mí me despreciaban por venir de las montañas de Galilea, por tenerme como gentil... todo eso me importaba poco, pero me dolía en el alma que hubieran atropellado a mi pueblo y en nombre de mi Padre lo hubieran vendido.
Esa situación me indignó; yo no soporto la injusticia, la corrupción, la inmoralidad... El problema gordo es que todas estas cosas se estaban dando en la cabeza dirigente: en el mismo templo y como los corrompidos eran los que manejaban las leyes, la economía, la religión... el templo, ellos creían que podían hacer todo eso, porque estaban protegidos por el templo; esta institución nadie se atrevería a tocarla, era algo sagrado y el que la tocara moriría inmediatamente.
Allí no les pediría cuentas nadie, pues el templo es de Dios, es su casa y Dios no va a destruir su propia casa... ¡pobres tontos! no se acordaban lo que mi Padre había dicho a David cuando quiso construirle un templo y sujetarlo.
Pues a pesar de tenerlo tan claro, no quisieron entender que a Dios no se le encierra entre unas paredes. Y sin embargo estaban convencidos que aquellas piedras tenían maniatado a mi Padre.
Cuando les dije que de aquello no iba a quedar piedra sobre piedra se escandalizaron, pero es que lo estaban utilizando para engañar y robar a la gente en nombre de mi Padre. Les cayó muy mal que les dijera esto.
Pero lo malo no era la falta de respeto que yo había cometido al volcarles las mesas a los banqueros y a los comerciantes. Ellos entendieron muy bien lo que les estaba queriendo decir y eso me alegra enormemente... Como muy bien decías, se fueron más allá de dónde yo había llegado. Y lo entendieron bien. No, no eran tontos.
Sabían muy bien que les estaba diciendo que allí no estaba Dios, que estaban engañando al pueblo, que allí lo único que había era una manada de forajidos y de ladrones que estaban aplastando a mi pueblo con excusas de oraciones y penitencias para tener tranquilito a Dios y a las conciencias, y que con esos cosas le estaban chupando la sangre de los pobres.
Ese templo ya no representaba a Yahvé, sino que era la pantalla que estaban utilizando para encubrir la idolatría en la que habían caído y a la que estaban sacrificando a mi pueblo. Ellos habían perdido toda la autoridad y ya no podían ejercer la guía del pueblo.
Con lo que hice entendieron perfectamente lo que les quise decir y temían que el pueblo también lo entendiera y por eso quisieron obligarme a que hiciera callar a la gente que gritaba. "Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en el nombre del Señor!".
Pero era algo tan claro que aunque se callara la gente, gritarían las piedras. ¡Hasta tal punto de corrupción habían llegado!
Yo lo sabia, ese día me lo estaba jugando todo y estaba dispuesto a enfrentar lo que viniera.
Mis amigos estaban muy nerviosos y asustados pues no sabían dónde iba a llegar aquello. Había que dejar que las cosas llegasen a su fin para que los frutos maduren y caigan.
Yo había venido todo el tiempo diciendo que el Reino de Dios sufre violencia por salir, que hay que dejarlo que nazca, crezca y se desarrolle... no iba a ser yo quien lo impidiera, cuando era algo que yo sentía en lo más profundo de mi ser, es que era mi propia vida, era mi ser, por encima de eso no hay ni puede haber ninguna otra cosa, es lo único absoluto en este mundo.
Era el momento de demostrar que es verdad lo que pensaba y que era el principio que sostenía toda mi existencia.
La masa no cambia si es que la levadura no acepta disolverse y enterrarse dentro de la masa, si es que el grano no acepta enterrarse y pudrirse no puede salir la nueva espiga.
O ¿que crees...? ¿Cómo podéis imaginar que cambien las cosas que estamos viendo que funcionan mal si es que alguien no decide cambiarlas definitivamente? ¿o tal vez estáis esperando que haya otros que se jueguen la vida, las cambien y después venimos con nuestras manos limpias a servirnos la mesa? ¡¡Quien así piensa no es de los míos!!



LUNES SANTO

YO
Señor, tú sabías muy bien cómo estaban las cosas en tu tierra, pues habías vivido treinta años y habías sufrido el aplastamiento; alguien sostiene que José, incluso, había muerto a manos del ejército de los romanos en una de las incursiones en Galilea...
Cuéntanos qué era lo que pasaba en tu tierra para que se diesen estas cosas y tu pueblo las soportara.




JESÚS
Mi pueblo, vosotros lo sabéis bien, era un poco especial: no tenía tierra, había nacido por el mandato de Dios a Abraham de dejar su tierra y su casa y salir a dónde le ordenase.
Dios le había asignado una misión y para eso lo escogió: ser signo de la presencia de Yahvé que salva y que ama al hombre en esta tierra.
La estructura social, económica, política y religiosa de mi pueblo giraba en torno a Yahvé,
Dios era como la columna vertebral en la que se sostenía todo y en la que encontraba sentido todo. En Yahvé estaba la fuerza y la vida de mi pueblo.
Su constitución política de pueblo era los Diez Mandamientos que habían sido establecidos como norma suprema y palabra inapelable para el pueblo.
Estos mandamientos fueron dados para que jamás mis antepasados volvieran a caer como esclavos de nadie ni de nada y tampoco se convirtieran en esclavizadores de nadie.
Mi pueblo estaba llamado a ser signo de libertad para el mundo, por eso mi gente no debía ni siquiera tener políticos ni reyes ni ningún dirigente que los sometiera, debía ser un pueblo LIBRE.
La ley suprema estaba grabada en el corazón de cada uno y todos sabían perfectamente lo que tenían que hacer, no necesitaban tener nada escrito.
Pero ya veis lo que pasa: esa ley que mi Padre había dado y que estaba grabada en el corazón de cada uno, la cogieron unos cuantos, la transformaron a su gusto acomodándola de manera que en lugar de ser instrumento y ayuda para que no se desviaran del camino, esa misma ley que en su origen había sido dada para que no cayesen en la esclavitud, la convirtieron en instrumento para esclavizar al mismo pueblo, haciéndose esclavos entre ellos mismos, dividiendo al pueblo y estableciendo privilegios para unos pocos, desechando y condenando a otros e impidiendo que se pudiera vivir como hermanos.
La ley que mi Padre había dado a mi pueblo no permitía ni la esclavitud ni la pobreza ni la explotación de los pobres, ni el acaparamiento de los bienes en manos de unos pocos, ni la falta de respeto a los más pobres y sencillos... pero los jefes apañaron todo de tal manera que la misma ley era la que apoyaba y establecía todas esas cosas.
Habían cogido la ley y la habían puesto como horizonte de la vida y del hombre, es decir: el hombre sólo tenía sentido en función de cumplir la ley; la salvación y la dignidad estaban en cumplir al pie de la letra todos los preceptos que ellos habían puesto. Esa ley había terminado por suplantar a Dios.
¿Pero sabéis una cosa? Esta situación le venía muy bien a unos cuantos que se sentían amparados y protegidos por la misma ley, el resto de mi pueblo, yo también, estábamos condenados y apartados del amor de mi Padre por ley.

YO
Pero, Jesús, ¿Cómo llegasteis ahí y cómo el pueblo viendo lo que ocurría se aguantaba? ¿Tan ciegos estaban?

JESÚS
Ya lo ves, la gente llegó a pensar que así eran las cosas que a unos les había tocado ser nobles y a otros esclavos y que no había forma de salir de ahí, las cosas son como son. Cuando se llega a esta situación es muy difícil salir de ella, esa ceguera no hay forma de curarla
Yo no podía soportar esto. ¿Qué quieres que hiciera, que me quedara con los brazos cruzados? ¿Cómo podría yo permitir ni aceptar semejante disparate? ¿Cómo puedes imaginar que yo aceptase esa situación?
Eso es algo que repugna a todo hombre. Por otro lado, la voluntad de mi Padre es algo que estaba clarísimo: Él no está de acuerdo con despreciar a nadie; Él no descalifica a nadie, Él no condena a nadie... eso es tan claro y evidente como la luz que alumbra al medio día, es algo que no tiene discusión y, por tanto, no tiene ni siquiera lugar a hacerse ningún planteamiento.
Sencillamente, yo no podía estar de acuerdo con las normas y los apaños que habían hecho. Yo no podía ni imaginar que unas leyes que habían sido puestas para ayudar a mi pueblo a no ser esclavo, esas mismas leyes lo esclavizaran, eso era absurdo.
Había que volver a poner las cosas en su sitio y eso fue lo que hice: puse el Reino de Dios como lo primero y como el único horizonte para todo hombre y puse el hombre como lo primero y el único horizonte para toda sociedad y para toda ley, de tal forma que una ley o una sociedad que no fuera instrumento de libertad para el hombre no valía, había que quitarla, era dañina. Toda ley tenía que ser instrumento que ayude al hombre a mantener su dignidad y a establecer el Reino.
Puedes imaginarte la que se armó. Esto que estaba tan claro y que me lancé a decirlo, no pudieron tolerarlo los legisladores y los que se sentían protegidos por la ley.
Hubo dos cosas que no me pudieron tolerar, les puso muy nerviosos y hasta furiosos: el que yo dijera que el hombre estaba por encima de todo, hasta de la misma ley y que su dignidad estaba fundamentada en ser hijo de Dios, y no porque se la diera la ley, esto los descompuso.
La otra cosa que les cayó muy mal y que me insultaron y me llamaron hasta blasfemo fue el que les dijera que Dios es un "papaito", cercano, tierno, sencillo, que disfruta perdonando, que lo hace incluso antes de que le pidamos perdón, que está al lado de los más pobres y despreciados. Esto les hizo poner el grito en el cielo. Es que ellos seguían manteniendo su situación gracias a la imagen que estaban presentando de Dios como un ogro que castiga cualquier movimiento que alguien hace en contra de lo establecido y exige una reparación. Para que te hagas una idea: el pecado se reparaba con una multa que consistía en un cordero que había que comprar al templo, de los mismos que llevábamos en el pago de los diezmos y primicias. Ese cordero se sacrificaba en el templo y esa carne se vendía después en el mercado. O sea, el cordero que se regalaba al templo se vendía dos veces y de esa manera decían que se recuperaba de nuevo la “dignidad” de ciudadano.
Para ellos, definitivamente yo era un perverso, un sacrílego, un impío...yo estaba quitando la barrera que habían puesto entre el hombre y Dios y estaba permitiendo que el hombre faltase al respeto a Dios y se rebelase contra la autoridad establecida. Me declararon un individuo peligroso.
Efectivamente, tocar esas dos cositas en las que ellos tenían montado todo su teatro, quitarlas era peligroso, para ellos, claro está, pues perderían sus privilegios, si es que esto llegaba a hacerse el sentir común de toda la gente.
El decir estas cosas, el decir la verdad, el aclarar la mente a la gente pobre y sencilla era cosa peligrosa, pues los pobres, parece que no entienden bien y pueden coger las cosas de mala manera... ¿lo veis?, los gordos han pensado siempre y en todas partes de la misma manera: que los pobres son estúpidos y no tienen capacidad para razonar... no son muy originales que digamos.
¿Te das cuenta que no han cambiado mucho las cosas? Hoy se hace lo mismo y se siguen dando las mismas justificaciones y la gente se lo sigue tragando tan tranquila. Dime, ¿es que no es cierto que hasta vosotros mismos le tenéis miedo a este lenguaje...?
¿O es que vosotros no vivís así, de cara a la luz y a la verdad? Ahora te pregunto yo… ¿Y cómo vosotros seguís acomodados en las barbaridades que os están haciendo tragar y encima os creéis que sois “progres” y actuales, que estáis en la libertad? ¿A eso le llamáis libertad? ¡Yo no veo tanta diferencia entre la ceguera de mi pueblo y la vuestra!
¿O tal vez andáis muy prudentitos evitando todos los problemas? Yo veo también mucha gente que no quiere meterse en complicaciones, exactamente igual que ocurría en mi pueblo, que anda arrimándose siempre al árbol que mejor sombra da y cambiándose la camiseta según convenga… Eso mismo ocurrió en mi pueblo: el domingo estaba toda la gente en la calle aclamándome rey y el viernes estaban gritando que me crucificaran
Los sacerdotes, los escribas, los fariseos eran los que llevaban la política de mi tierra y ellos fueron los que lo montaron todo. Los que se callaron y condescendieron fueron cómplices de la situación que había y de lo que a mi me hicieron. Eso es lo que dice el refrán cada uno tiene lo que se merece, y esto fue lo que se buscaron en mi pueblo. No soportaron la verdad que les dije y prefirieron vivir en la oscuridad y en la esclavitud.


MARTES SANTO

YO
Señor, Tu sabías muy bien que funcionaban así en tu pueblo, que todo el mundo lo aceptaba y veía normal que así fuera... ¿no crees que fue un atrevimiento por tu parte lo que hiciste, y que de alguna manera obligaste a que las autoridades tomasen la determinación de quitarte de en medio?
La verdad es que tienes que aceptar que eras un peligro que lo desestabilizaba todo, que ponía en tela de juicio la situación de los que estaban en la cabeza y, por otro lado, la ley estaba de parte de ellos.
Según lo que estaba establecido en las leyes, ellos creían que era lo mejor que se podía hacer por el pueblo. Tú representabas el mayor de los peligros para todos, sobre todo para ellos, claro está. De alguna manera no tenías derecho a quejarte.

JESÚS
¡Claro que lo sabía! ¿Es que crees que soy tonto?
¡¡Claro que sabía cómo estaban las cosas!!
Pero también sabía cómo habían sido en su origen; también conocía toda la historia de mi pueblo y la interpretación que de ella habían hecho todos los profetas; ninguno estuvo de acuerdo con lo que habían hecho, pues todos denunciaron que habían transgredido la voluntad de mi Padre; y por decirlo, a todos los hicieron desaparecer, y lo curioso es que siempre fueron los mismos.
También en mi tiempo seguían siendo los mismos los que se me oponían. Pero yo no me podía quedar tranquilo comulgando y tapando la mentira, el chantaje, la explotación y la anulación del hombre; yo no me podía hacer cómplice de este crimen del pueblo. Y salté, ¡claro que salté!
Mi Padre ha hecho a los hombres a su imagen y semejanza. En la base de todo hombre está como derecho inalienable la LIBERTAD, como requisito indispensable para poder ser persona y para que el hombre pueda realizar cualquier proyecto como un ser libre...
¿Cómo yo voy a quedarme callado cuando alguien atenta contra la libertad? ¡Me siento agredido cuando alguien lo hace!
Pero en mi tierra sometieron con la ley las bases de la sociedad, establecieron un régimen de atropello y violación de los derechos más elementales y sobre esa situación establecieron los pilares en los que se apoyaban las instituciones: FAMILIA, TEMPLO y SÁBADO... estas eran los tres grandes pilares de la sociedad, considerados como algo sagrado que no se permitía tocar ni con la imaginación, pues ponerlo en duda se consideraba poner en tela de juicio al mismo Dios.
¡Claro que yo acepto la FAMILIA, el TEMPLO, el SÁBADO... éstas son instituciones que nacieron para apoyo y salvación del pueblo, pero no para lo que estaban haciendo con ellas. Yo no me opuse a esas instituciones, sino que más bien las defendí con todo el coraje; yo no quise en ningún momento atropellar ni saltarme la ley, sino que se cumpliera; de hecho cuando pedí que me demostraran que no la estaba cumpliendo, no fueron capaces de hacerlo.
LA FAMILIA se había establecido para que fuera imagen de la presencia de mi Padre que es AMOR en este mundo; la forma más sencilla y primaria de manifestarse que todos conocemos de vivir el Amor es la familia, pues es en ella en donde todos nacemos y aprendemos a vivir, a respetarnos, siendo solidarios los unos con los otros, siendo queridos y valorados; donde aprendemos a mirar al mundo, a ser sociales pensando en los demás, aceptándonos, comprendiéndonos,... es decir: aprendemos a movernos en libertad, a ser libres ajustándonos a la verdad y a la justicia y basados en el amor.
¡Esto es lindo! ¡Cómo no voy a aceptar yo esto! ¡Eso es lo que mi Padre quiso de la familia! ¡Esa es la familia que se parece a mi Padre! y así quiso que fuera mi pueblo, y la institución familiar estaba llamada a ser la célula primera y la base de toda la sociedad en la que se cultivaran todos estos valores que serían los que se impondrían en el pueblo.
Pero todo esto tan bonito lo habían cambiado completamente: la familia no estaba en función del Reino de Dios sino en función de apoyar a la ley y el padre era el máximo representante de esa ley: el padre era el gran jefe, el patrón, el gran señor dueño absoluto de todo y de todos; él era la primera y la última palabra y en la sociedad familiar nadie pintaba nada. Él hacía y deshacía a placer sin contar con nadie, de acuerdo solamente a sus caprichos... y esa forma de actuar era aprobada por la ley. Eso son se puede permitir.
En la casa lo que existen no son hijos sino esclavos de diferentes categorías.
La mujer, por supuesto, estaba reducida a ser el último objeto de la casa al que se trataba a patadas, peor que al último de los animales. ¡Cómo no iba a tener yo un aprecio especial a mi madre!
Comprenderás que eso no era familia, ese no era el espacio en donde se pudiera expresar la imagen de mi Padre, y en donde las personas aprendieran a ser libres, ni tampoco la escuela donde se aprendieran los valores del reino, sino que al contrario, la familia era la escuela donde se aprendía a ser esclavos y esclavizadores.
Como puedes ver, yo no podía aprobar ni tolerar, ni comulgar con esta institución en la que se apoyaba la ley, eso hubiera sido irme en contra de mi Padre, de mí pueblo, de mismo y destruirme.
Mi oposición a esta institución fue clarísima desde siempre y todos mis parientes estaban bien molestos conmigo, por eso me pronuncié bien claro y tajante y quise expresar mi rechazo a ese sistema de opresión no casándome y demostrando que por encima de la familia y de la ley hay otra cosa a la que ambas instituciones deben estar orientadas. Preferí apostar por el fin y no quedarme en los medios.
Ya conocéis cómo fue la cosa: tuve muchos problemas y uno de los más fuertes fueron mis parientes que se pusieron en contra de mi ministerio obligándome a tener que ser duro con ellos en algún momento, incluso en público.
Ellos querían apartarme de mi misión y llegaron a creer que estaba medio loco. ¡Menos mal que mi madre apostó desde el principio por mí y no por la familia, de lo contrario, hubiera tenido que llamarle la atención también a ella en algún momento, si es que no hubiera aceptado ser persona y libre.
Como ella, hubo unas cuantas mujeres que me entendieron y que se dieron cuenta que la verdadera familia no se fundamenta en la sangre, sino en los valores de la libertad, de la paz, de la justicia, del amor y de la verdad. Esto es lo único que nos hace definitivamente hermanos aquí y en la otra vida.
Esto me costó muchos quebraderos de cabeza, pues no querían entenderlo, sobre todo los hombres, pues eso les quitaba la posibilidad de ser opresores, patronos, dueños... y les obligaba a ser servidores y no servidos.
No les entraba en la cabeza que la libertad se ejerce amando y que el amor se realiza sirviendo y que el verdadero señor no es el servido, sino el que sirve.
Esto no lo toleraban y querían mantener las cosas tal como estaban. El machismo en mi época era feroz, como podéis ver, no es solo de ahora, ya existía también en mis tiempos.
Por eso tuve que hablar duro a mis amigos y ni aún así quisieron entenderme. Definitivamente, quien tiene esa mentalidad no es apto para mi proyecto del reino de los cielos, es más bien un obstáculo.
No, ya sé. Hoy no han cambiado mucho las cosas, pero tampoco yo las he rebajado en lo más mínimo: hay ciertas cosas y ciertas mentalidades, y esta es una de las más claras y clásicas, que son contrarias al reino de los cielos. Quien piensa así y actúa así, no es de los míos, sino un contrario (Mc 9,40).
Desgraciadamente hoy continúan muchas de estas cosas y hay mucha gente que sigue funcionando así: esa mentalidad opresora, ese complejo de inferioridad que le hace pensar que servir es rebajarse, que la grandeza está en ser servido y en que todos le anden reverenciando, sintiéndose por encima de todos los demás y con derecho sobre todos...
Esta mentalidad que se ve expresada y concentrada en el varón que se impone en la casa sobre sus esclavos...
¿Cómo creen que puede alguien así ser expresión de mi Padre? ¡Eso es un insulto a Dios!
¿O es que tal vez vosotros tampoco estáis de acuerdo conmigo?
Pues si lo estáis ¿cómo es posible que sigáis tolerando ciertas cosas y actitudes y no os pongáis a favor de la libertad?

YO
Pero Señor, no hay que ser tan radicales, hay que ir poco a poco, ¿No te parece?

JESÚS
No, ¡dejaos de tonterías! A la mentira y al engaño no se le debe dejar posibilidad
Ante un error no podemos ni callar ni condescender. Hacerlo es hacer daño, interrumpir el reino. No vale estar mirando atrás y tanteando las cosas. Si pones la mano en el arado es para ir abriendo surco, rompiendo la tierra, para sembrar el reino.


YO
¡Es lo que te estoy diciendo, eso es fuerte!

JESÚS
¡Ya lo sé!, es duro.
¡¡A mí me lo vas a decir!!
Pero te digo que es posible. Yo anduve el camino y estoy a vuestro lado... ¿O es que tampoco os fiáis de mí?


MIÉRCOLES SANTO

YO
Señor, hay cosas que a mí me ponen hasta nervioso y no sé cómo tú fuiste capaz... a mí me da miedo.
Tú sabías que lo que estabas diciendo estaba expresamente indicado en la ley que no se podía decir y quien lo dijera tenía pena de muerte, quedaba excomulgado, era considerado como un maldito de Dios, incluso estaba indicado que eso eran notas del “anticristo”... Y, sin embargo, tú te atreviste a decirlo con toda tranquilidad y te quedabas como el que no ha hecho nada.
Pero lo peor es que no solo lo decías, es que encima lo hacías... y de tal manera que la gente se quedaba admirada y se preguntaba con qué autoridad hacías aquellas cosas y decías todo aquello.
Señor, Tú sabías muy bien lo que estabas haciendo, lo que te estabas jugando... y también sabías que aquello no lo ibas a cambiar y que lo que estabas haciendo te podía acarrear la muerte...
¿Es que no te daba miedo?

JESÚS
¡Pero entiende!
Una cosa es el miedo, que lógicamente no me era agradable lo que estaba enfrentando, y otra cosa es la verdad, que no puede sucumbir ante el miedo.
¿Cómo puedo decir en pleno día que es de noche?
¿Cómo puedo pensar que mi Padre prefiera hacer el mal a sus hijos antes que un bien?
¿Cómo puedo yo aceptar el que sigan pensando que mi Padre deje que uno de sus pequeños muera solo porque sea sábado y haya una ley que prohíba trabajar?
Si precisamente el día del SÁBADO fue hecho y proclamado como el día del Señor, para cuidar de las cosas de Dios y dejar a un lado las preocupaciones de la vida y de los negocios... por eso el día del sábado es para cuidar a los más débiles, pues hay el peligro de que la gente, con el trabajo y el trajín de la vida se olvide de ellos y de que están a su lado sin medios para defenderse y vivir y que están en peligro de caer en la desesperación y en la esclavitud si es que no se pone un freno y no encuentran a alguien que les eche una mano.
Pero la gente no se quiere dar cuenta y se sigue repitiendo constantemente, por eso en la Escritura lo recuerda: "Acuérdense que ustedes también fueron esclavos en el país de Egipto y tuve que sacarlos con mano fuerte" (Dt 5,15).
Mi Padre no quiere ni tolera eso, pues es algo que le repugna, ¿cómo entonces lo voy a hacer yo? ¿Cómo se me va a ocurrir a mí?
El SÁBADO se había puesto para dedicarlo al Señor, y a mi me parecía muy bien, es decir: para hacer las cosas de Dios: dedicarse a construir la fraternidad, a atender al que estaba necesitado, a cuidar a los enfermos, a atender a los que lo estaban pasando mal... es decir: a cuidar y a practicar el amor, la justicia la fraternidad, la verdad, la misericordia... y esto en la familia, con los amigos, en la comunidad, etc.
Mi pueblo era chiquito y sin tierra; era un pueblo de pobres que no se podía permitir que unos cuantos lo acaparasen todo y dejasen a los demás sin nada, pues desaparecíamos y nos obligaban a vendernos como esclavos para poder pagar las deudas que adquiríamos por comer y vestirnos.
Por eso, había una especie de revisión cada semana: el sábado.
En mi pueblo estaba prohibido que hubiera pobres, pues Dios había dado suficiente para todos. Si es que eso ocurría es que unos se habían robado lo que correspondía a los otros. Para eso estaba establecido el sábado.
Por lo mismo, cada siete años, el año 70 era considerado como "Año sabático" en el que la tierra se dejaba descansar y todo lo que producía era para los pobres. En ese año se recuperaban aquellos que se habían visto un poco apretados.
Cada 50 años era declarado el "Año Jubilar" o año del Señor en el que quedaban perdonadas todas las deudas y los que estaban sometidos por algún contrato de trabajo para pagar alguna deuda quedaban en libertad. En ese año la tierra era devuelta a su dueño: a Dios, y era repartida de nuevo entre aquellos que no habían tenido nada, para que ahora pudieran recuperarse y tener algo (Lv 25).
El sábado era una estructura social de justicia para crear la igualdad en mi pueblo, que impedía que hubiera pobres y que alguien lo pasara mal.
Pero esto que surgió así, lo cambiaron de tal forma que ya no se parecía en nada: cuando la tierra y los bienes cayeron en manos de los que manejaban la ley empezaron a añadir artículos y a inventarse casos y normas hasta que fueron cambiando el sentido social que tenía y lo desviaron todo hacia el culto, hacia el terreno religioso, con lo que ellos pudieron seguir disfrutando de las tierras y de los bienes en nombre de la ley y de la religión; aquella ley la convirtieron en un instrumento de opresión para el pueblo, hasta niveles de dejar que alguien muera de hambre o cosas así.
La pobre gente vivía asustada y ya no sabía distinguir qué era lo que quería mi Padre y qué era lo que pretendían los legisladores, maestros de la ley.
Habían establecido una verdadera mafia de la que siempre salían ganando ellos.
Yo sabía muy bien que era muy peligroso tocar este terreno, pero no se trataba de tener miedo, sino de establecer la justicia, de ser honrados.
Sin embargo, ellos estaban tan ciegos con sus intereses que veían que peligraban, y no aceptaban ninguna otra opción. Las manifestaciones que yo hacia de la presencia del reino en medio de ellos las interpretaban como obras de Satán (Mt 12,24; Lc. 11,15).
¡Hasta dónde había llegado su cinismo! venían a ponerme en prueba a ver si en sábado hacia el bien o incumplía la ley; hasta ese extremo habían llegado: anteponer la ley al bien. Eso es absurdo y solo una cabeza trastornada puede hacer eso.
¿Cómo creen que podría yo cometer semejante estupidez?
¿Cómo voy yo a plantearme el optar entre el bien y la ley?
¿Cómo puede existir una ley que prohíba el bien?
¡Esas cosas no pueden ni discutirse!. Ante eso no hay alternativa.
Yo quise que se dieran cuenta y por eso, muchos de los gestos que hice los realicé en sábado, pero no por romper el sábado, sino para que se diesen cuenta que éste había sido puesto para ayudar al hombre a ser libre y feliz; para recuperar sus fuerzas, la vida, para reforzar la fraternidad... y no para que el hombre estuviera esclavizado por el mismo sábado.
Pero esta gente había convertido esta ley hermosa en un instrumento de opresión tremendo y tenían al pueblo angustiado.
Yo sentía que el sábado me hacia libre, hasta de la misma pobreza que también a mí me apretaba; yo no tenía ni casa, ni donde reclinar la cabeza. El único día que yo podía sentir que mi país era mi tierra, era los sábados, pero estos malandrines habían convertido el sábado en la soga que apretaba el cuello de mis hermanos.
Ya podéis entender que yo no podía dejar que esa soga apretase el cuello de los más débiles, ni tampoco el mío.
Se trataba, pues, de caminar con principios claros, de acuerdo a la VERDAD, que es la que proyecta luz sobre la vida y sobre las cosas.
A ver... ¿Y vosotros qué hubierais hecho?

YO
La verdad es que no sé qué contestarte

JESÚS
¡Pero bueno! ¿Qué es lo que estáis haciendo?
¿O es que crees que un hombre puede estar diciendo que es de noche en pleno día, llamándole blanco a lo que es negro como el carbón; conformándose con que otros rompan la imagen de la justicia y de la verdad?
¿Es que pueden estar el miedo, los intereses, la "prudencia", por encima de la justicia y de la verdad?
Intenta explicármelo, porque de repente yo me equivoqué y lo que hice fue una estupidez.
¿Alguno de vosotros justifica y da por válido andar a medias y condescendiendo con la mentira y la manipulación?
¿Podrá ponerse la comodidad y el gusto como principio justificativo de la vida? ¡¡Explícame todo esto, porque yo no entiendo nada!!




JUEVES SANTO:

YO
Señor, hay algo que queda definitivamente claro: tu propuesta del reino era algo que daba al traste con todo, que cambiaba el modelo de vida de todos y los que estaban en la cabeza, es normal que ni entendieran ni aceptaran el cambio.
Tú planteaste el cambio desde el corazón, pues es desde ahí donde hay que cambiar las cosas y te pusiste a la cabeza del camino, sirviendo como base, mostrando la verdad y dando la vida.
Cuéntanos que pasó aquella cena de Pascua, la última que celebraste con tus discípulos.


JESÚS

Sí. Era el momento clave de todo lo que hasta ahora habíamos venido diciendo y haciendo.
Todo estaba ya dicho y hecho. Se trataba ahora de tomar posturas, de definirse. Era la hora de la verdad. Era la Nueva Pascua, la conclusión del Éxodo.
Todo lo que hasta ahora había venido sucediendo no era sino una imagen, un signo de lo que estaba a punto de inaugurarse, era el momento solemne de esa inauguración: la presencia viva y actuante del Espíritu de Dios en este mundo como vida y fuerza del hombre nuevo.
Como en tiempos de Egipto, en el momento de la pascua de los israelitas, se trataba ahora de definirse quién se va y quién se queda. Ya no hay más tiempo de espera.
Yo deseaba que se diese este momento con mis amigos; quería hacerles visible hasta qué punto yo les había querido y cómo mi Padre había apostado por el hombre hasta el punto de quedarse para siempre aquí, fundido con el hombre, hecho alimento y vida en una alianza perpetua.
No hay amor más grande que aquel que es capaz de hacerse comida y bebida para ser carne y sangre del que se ama, hasta el extremo de no dudar en dar la vida.
Mi Padre y yo nos ratificábamos en este momento y no nos echaríamos atrás ni ante la misma muerte. Nuestro Espíritu quedaría para siempre y haríamos nuestra morada en el corazón del mundo y de cada hombre.
Desde este momento a Dios ya no es posible buscarlo en ningún otro lugar; está hecho Amor, Justicia, Verdad, Alegría, Paz, Libertad, Fraternidad... en el corazón de todo hombre y es la fuerza y la vida de este mundo.
Esto era el gran regalo que Dios hacía al mundo; esto está por encima de todas las miserias, de las debilidades y de todas las torpezas del hombre y del mundo.
El cielo se ha trasladado a la tierra y al hombre se le ha dado la entrada libre al banquete del amor, de la paz y de la fraternidad.
Ciertamente esta realidad está ahí, como el gran regalo, que si quieres la coges y si no la dejas.
Esa realidad expresa y celebra fundamentalmente el amor, la entrega, la fidelidad, la paz de Dios con el mundo y con el hombre... otra cosa bien distinta será lo que el hombre quiera hacer con ese regalo, puede aceptarlo o despreciarlo, puede celebrarlo o profanarlo... eso ya es problema del hombre, pero nada de lo que haga cambiará su grandeza, las cosas solo cambiarán para el hombre.
Ese día yo quise hacerle patente a mis amigos cómo el amor se vive entregándose sin condiciones y sin reservas, poniéndose como el primer servidor, que en los términos de comprensión para ellos era el último de todos: el esclavo.
Yo quería indicarles que en mi iglesia hay una jerarquía de servicios y que por tanto, yo establecía el poner patas arriba la pirámide famosa con la que siempre se ha escenificado la estructura del poder: mientras el poder se coloca en todo lo alto aplastando a todos los que están debajo, en el esquema del amor y del servicio, el principal se pone debajo, con la pirámide invertida y sobre él van descansando y apoyándose todos los demás. Por eso les decía que el que quiera ser el primero tiene que hacerse el servidor de todos.
Pedro no me lo quería entender, esto los sacaba de quicio. Es que no acababan de aceptar que no se trataba de buscar prebendas ni poderes, sino de cambiar todas las cosas.
Ellos andaban buscando lo contrario, es decir: hacer lo que todos: ponerse en lo alto y convertirse en señores que están siendo servidos.
Veía que no me entendían ni querían entenderme; para dejar las cosas claras tuve que coger una palangana, quitarme el manto, atarme una toalla y arrodillarme a los pies de cada uno y hacer el trabajo que normalmente hacen los esclavos... me puse a lavarles los pies.
No quería que me tergiversaran las cosas. Eso era lo que quería, esa es la forma de expresar el amor a los hermanos y a la comunidad. Esto no les gustó. A Judas le saltaron los nervios y abandonó la reunión. Yo creo que los demás no lo hicieron por vergüenza, pero más de uno tenía ganas de hacerlo.
Era el momento de la definición y el ambiente se puso muy tenso. Ya se habían acabado los discursos, tocaba enfrentarse a la realidad. Aquella tarde fue tremenda.
En aquella fiesta de pascua no hubo guitarras ni bombos, ni flautas... se trataba de apostar la vida hasta dar la sangre. Estábamos escondidos, pues nos andaban buscando toda la semana. Yo era consciente de la dureza del momento, pero ya no había vuelta atrás, es decir, nunca la hubo: esa noche tocaba dar la cara o retirarnos.
Y casi todos se echaron atrás; yo lo pasé terriblemente mal. Me lo había jugado todo y sentía que dudaban de mí, de mi Padre... sentía que preferían vivir como esclavos antes que ser hombres libres; que en los 3 años que habíamos estado juntos no habían llegado a aceptar la Buena Noticia del Reino; que sus vidas no habían asimilado el mensaje que a diario habían estado viendo, oyendo, viviendo y hasta predicando, nada había pasado más allá de la piel.
Veía que en este momento supremo lo que había en ellos era miedo y decepción y si me apretáis un poco, diría que hasta deseos de salir huyendo.
No, lo de Judas no fue ni más grave ni más doloroso que la actitud general del resto; al final me dejaron solo, era algo que no había llegado a captar su corazón. Estaban dormidos y tampoco estaban con muchas ganas de despertar.
Allí en Getsemaní, lo pasé aquella noche fatal; me sentí defraudado, engañado, utilizado. Sentí que yo había sido la causa de una decepción terrible para muchos.
Es la decepción y la angustia del que ama con todas sus fuerzas y ves que el ser querido prefiere la muerte y la destrucción y te desprecia para irse con quien lo va a matar y destruir. Recordaba en ese momento al profeta Oseas, él narraba muy bien esa angustia. Os aconsejo que lo leáis y os haréis una idea de lo que yo sentí esa noche.
Con respecto a mí, como humano, me quedaba la tranquilidad de haber hecho todo lo que Dios me pedía. Yo había dado todo lo que mi Padre me había ordenado, mi misión estaba cumplida: la VERDAD había quedado clara y resplandeciente como el sol, pero algunos prefirieron la oscuridad y el permanecer en las tinieblas.
De esa culpa no me sentía protagonista, pero sí quedaba el dolor de la estupidez humana que en principio es capaz de renunciar a su salvación y optar por la muerte.
Eso ocurrió al principio del mundo y ahora volvía a repetirse. Sin embargo, el rechazo de los hombres no iba a retractar el SÍ de mi Padre y el mío, hasta las últimas consecuencias. De ahora en adelante ya no habrá excusas para nadie: o te vienes o te quedas.
La celebración de aquella noche sería de ahora en adelante un nuevo punto de referencia para todos aquellos que aceptaron venirse, dar el paso, romper los esquemas antiguos, aceptar que el amor es la nueva base de entendimiento de las personas, que la Justicia es el marco en el que se ha de desarrollar toda acción humana y que la Verdad es la luz que ilumina a todo hombre libre.
Esto ya no será, de ahora en adelante, un recuerdo, algo que Dios hizo; esta es la nueva realidad que distinguirá a los hombres que optan por la vida, y a los que optan por la muerte.
La Eucaristía será de ahora en adelante, cada vez que dos o más se reúnen en mi nombre, la ratificación y actualización de esta nueva realidad, en la que mi Padre y yo estamos presentes con nuestro Espíritu.
La triste pena es que para mucha gente, esto tan serio y tan grande, no ha pasado a sus vidas y no expresa nada de ellas y la siguen utilizando como un número más de los programas de fiestas o hasta como el instrumento para poder sacar dinero, o también como un gesto social, y peor aún, como un rito para bendecir gestos, acciones e instrumentos de muerte..
¿Cómo no queréis que aquella noche no llorara y no sufriera una decepción tremenda?.
¿Cómo no voy a sentirme dolido de que no me entendieran ni me quieran seguir entendiendo?.
Incluso después de haberme levantado y hacer el gesto de lavar los pies para que supieran que el amor se expresa sirviendo y que el hombre se realiza amando... ¡Pues aún así siguen sin entenderme! Siguen pensando que es otra cosa ¿Crees que estoy exagerando?
¡A ver!, díme. . .¿En qué tenéis vosotros puesta vuestra grandeza?
¿Qué es lo que buscáis la mayoría de las veces, servir o ser servidos?
¿Cómo me explicáis vosotros eso del Amor que no mueve un dedo si no es pagado, o el servicio siempre mirando el bien particular'?
No se trata de criticar a nadie. Que cada uno se mire a sí mismo y que vea qué está haciendo, a qué aspira...



VIERNES SANTO:

YO
Señor, hay varias cosas que a todos nos extrañan y nos chocan enormemente:
Después de aquella noche en Getsemaní, mientras tú estabas angustiado, tus discípulos, tus mejores amigos estaban dormidos, como si la cosa no fuera con ellos.
Cuando llegaron los policías del templo con Judas a la cabeza, tú lograste que dejaran marchar a ellos y te fuiste con los policías.
Aquella noche debió ser tremenda.
Te hicieron un juicio y allí no apareció nadie que diese la cara por ti, en cambio sí que aparecieron falsos testigos...
Señor, duele constatar cómo el ser humano es tan rastrero que desprecia la verdad, que le teme, y en cambio es capaz de venderse a la mentira...
Cuéntanos ¿qué pasó, cómo te sentiste aquella noche, qué ocurrió en aquel palacio infernal?.

JESÚS
¡Efectivamente! la traición de los amigos, de la gente que quieres es lo que más duele,
Es increíble ver cómo el ser humano es capaz de degradarse y destruirse; algo que a un hombre que ama su dignidad y tiene un mínimo de autoestima lo deja confundido.
Me dolió terriblemente el gesto y el cinismo de Judas: fue capaz de acercarse y saludarme como siempre nos saludábamos los amigos... esas puñaladas duelen más que las que se dan con una navaja: el que un amigo te venda
Ni siquiera fue capaz de ponerme el precio de un esclavo. ¡Hasta qué punto es capaz de llegar la mente y el corazón de un hombre que pierde su dignidad y ha dejado que la miseria invada su corazón!
Aquella noche me llevaron de un lado para otro; buscaron testigos falsos y los llevaron a hablar en contra mía, algunos yo los conocía y había hablado alguna vez con ellos.
Me dio lastima de ver una vez más hasta qué punto estaban humillando a mi pueblo y se burlaban de él haciéndole arrastrarse por unos dracmas.
Sí, también entró Pedro, se quedó por allí en la puerta, no fue capaz de entrar el tribunal a dar su testimonio, antes bien, cuando una mujer le preguntó si me conocía se asustó y negó conocerme.
Me dejaron solo. Yo fui mi propio abogado; nadie quiso defenderme. La verdad es que no tenía ningún miedo, estaba muy tranquilo. Siempre me ajusté a la verdad, se trataba ahora de seguir siendo fiel a ella y pude ver cómo ante la verdad tiembla la gente, se asustan, quieren taparla, creen que es una imprudencia, una locura el declararla... el oírla sienten que les ofende los oídos.
Teníais que ver cómo estaba Caifás cuando me vio llegar: se puso terriblemente nervioso, no fue capaz de mirarme ni una sola vez de frente, sin embargo quería montarse un numerito conmigo delante de sus amigos para demostrarme que él era quien tenía la autoridad en Israel, que era grande, y que podía hacer conmigo lo que quisiera, que yo no era más que un pobre gusano ante él, tal como consideraba que eran todos los israelitas. ¡Pobre hombre!
Me daba pena que gente así sea la que determina y gestiona la ley que en mi pueblo tenía el valor de ser la expresión de la voluntad de mi Padre. Estos sumos sacerdotes eran unos indecentes y manipulaban la ley para, en nombre de Dios aplastar al pueblo y aprovecharse. Se puso muy nervioso conmigo; él sabía muy bien que a mi no me podía engañar, que yo tenía las ideas muy claras y esto lo dejaba fuera de juego, pues en el fondo de su conciencia sentía a Dios que le reprochaba, pues había cometido graves atropellos para llegar al poder.
Allí trajeron a unos cuantos que habían pagado y asomaron diciendo tonterías y mentiras que no tenían fundamento.
Yo me quedé mirándolos a todos y ninguno de ellos fue capaz de mirarme a la cara. Caifás me pedía que hablara pero yo opté por callar, no valía la pena, total, todo lo que dijera me lo iba a interpretar mal, estaba lleno de odio y lo que quería era hacerme desaparecer. En su interior el juicio ya estaba hecho. Se puso terriblemente nervioso y no pudo aguantar esta actitud mía.
¿Para qué iba a hablar si ya lo tenía todo decidido...? Lo dejé que siguiera su discurso diciendo disparates sin contestarle nada. Esto lo sacó de sus casillas y fue lo que utilizó como argumento, pues no tenía otro, para condenarme. La ley en (Dt 17,12) dice que "el que por arrogancia no escuche al sacerdote, puesto al servicio del Señor tu Dios, ni acepte su sentencia, morirá".
Él me tomó por un arrogante y se sintió despreciado por mí, que no aceptaba su autoridad y me condenó por mi silencio, eso no lo pudo soportar.
Me mandó a Pilatos y éste si que se puso nervioso, teníais que haberlo visto. No sabía qué hacer conmigo. Cuando vio que yo no perdí la calma en ningún momento, el se mordía las uñas y ya no sabía qué hacer, hasta su mujer tuvo que intervenir. El pobre era un auténtico muñeco en manos del César, llenó de miedo a todos. Dijo que él no veía nada en mi, que él se lavaba las manos que eso era un asunto de los judíos y que ellos vieran cómo lo resolvían...
Al final me entregó al pueblo para que hicieran conmigo lo que quisieran. Me aplicaron la pena política que daban los romanos a los agitadores, ni siquiera quisieron aplicarme la pena que se aplicaba en mi pueblo, prefirieron escudarse y decir que habían sido los romanos los que me habían condenado.
Pero lo curioso es que en medio de todo esto, estaba mi pueblo manejado por los líderes que jugaban con él y llevándolo como un rebaño de borregos que se han negado a aceptar la libertad... ¡con la sangre que nos había costado quitarnos el yugo de nuestros reyes, era doloroso ahora escuchar a la gente gritar, diciendo que querían al Cesar por rey! Esto me dolía tanto como todo lo que me estaban haciendo; esos gritos de la gente en la calle diciéndole a Pilatos que no tenían más rey que al Cesar me llegaban a lo más profundo ¿Cómo era posible que mi pueblo hubiera caído tan bajo?
Y era la misma gente que el domingo me había aclamado cuando entraba en Jerusalén, la misma que me quiso hacer rey el día que les di de comer. ..¡qué tristeza! ¡Esa misma gente ahora proclamaba al César como su rey!
Sí, resulta increíblemente duro.
Yo estaba tranquilo en mi espíritu.
Había cumplido mi misión. Sabía ya lo que me esperaba.
Sentía que mi Padre me daba la tranquilidad y la paz. Solo me quedaba esperar hasta cuando me alcanzasen las fuerzas y muriese. Allí delante tenía una jauría de hienas. Ya no tenía nada qué hacer.
En medio de aquella masa perdida de gente desorientada, había un grupo que me seguía de cerca y yo sentía sus gemidos profundos, era un grupo de mujeres que consolaba a mi madre y que lloraban con ella, pero eran mujeres, y ellas no contaban para nada, según la sociedad de mi tiempo; las mujeres solo servían para eso, para llorar, para dolerse... ¡qué pena de los hombres que hayan puesto su hombría en perder su dignidad y sus sentimientos!.
Ellas no tuvieron miedo y se metieron entre la gente y fueron a mi lado todo el camino, en aquella subida tremenda al calvario las fui oyendo llorar todo el rato y doliéndose conmigo. No temieron acercarse y limpiarme la sangre que ya me tapaba los ojos y me impedía ver. Llegaron hasta el Gólgota y estuvieron allí a mi lado todo el rato. Pude ver allí al pie de la cruz a mi madre y a María... ¡hasta el último momento!
Me hubiera gustado ver a mis amigos, saber que estaban conmigo... ¡cuántas cosas me pasaron por la cabeza mientras subí aquella cuesta dolorosa!
De todos los otros, de mis incondicionales, solo quedó Juan.. Del resto no vi a nadie, ni siquiera me pude despedir de ellos.
¿Os choca el que eso fuera así?
¿Y por qué os ha de chocar?
¿Qué es lo que estáis viendo a diario?
Es más, ¿Qué es lo que estáis haciendo a diario?
Allí nadie fue capaz de dar la cara por la verdad, ni siquiera los que habían vivido a mi lado. En cambio, si apareció gente para apoyar la mentira. Al fin y al cabo yo pienso: entre proclamar la mentira y encubrirla... ¿Qué diferencia hay?
Hoy, desde los niveles más pequeños seguimos haciendo igual y dejamos que la verdad y la libertad se destruyan por no complicarnos la existencia y encubrimos y callamos a tos culpables y dejamos que muera y sufra el justo...
Eso se hace hoy en todas partes y todo el mundo se queda tan tranquilo, incluso se convence que lo está haciendo bien. Y los esclavizadores y destructores de la paz siguen levantándose como reyes que imponen su poderío sin que haya nadie que los pare.
En mi tiempo me dolía ver esto y ver cómo mi pueblo tenía que pagar las consecuencias, pues era manejado como un rebaño, exactamente igual que hoy hacen aquí los políticos de turno.
En aquel tiempo eran los dirigentes espirituales de mi tierra, que eran los políticos, pero según ellos, su misión era religiosa. Y cuando yo dije que no era cuestión de política sino de defensa de la verdad y de la justicia, me condenaron y me acusaron como agitador del pueblo y por político.
Eso es lo que me escribieron en la tablilla que me colocaron encima de la cabeza: JESÚS NAZARENO REY DE LOS JUDÍOS
¿Por qué pones esa cara? ¿O es que también a vosotros os resulta duro lo que estoy diciendo?
Yo ya resucité y vivo en mi pueblo. Yo soy la Verdad y hoy se la sigue condenando y ensuciando con la corrupción y la mentira... y vosotros también, aunque sea en chiquito, con vuestros encubrimientos, con vuestros miedos sois como aquellos testigos falsos que aquella noche se presentaron a decir tonterías apoyando a los corruptos de mi pueblo.
Yo soy la Vida y hoy se sigue matando y se sigue haciendo imposible vivir en este planeta y cuando alguien se le ocurre gritar en favor de la vida, ya veis lo que le pasa.
Yo soy la Justicia... ¿Cómo es posible compaginar lo que estamos viviendo y encima digamos que no queremos saber nada, que hay que tener cuidado y no meterse en política? ¿Cómo esperamos arreglar esto?
Yo soy Amor... y el amor se ejerce sirviendo y por eso instituí el sacerdocio, que es el sacramento del servicio... ¿Qué está pasando?
No me digáis que no es un Getsemaní constante el que estoy viviendo.



SÁBADO SANTO
YO
Señor, tu muerte fue la decepción total. Me da la sensación de que se quedaron todos desconcertados, pues esperaban que a última hora salieses con una de las tuyas... pero no fue así. -como suele decirse entre nosotros-, se quedaron como la novia “dispuesta y sin novio” ¿No crees que fue demasiado fuerte el asunto?
Para la gente de tu pueblo la cruz era el signo del mayor fracaso humano. en tu fracaso estaba también el de todos los que te habían seguido... ¡Era muy duro el poder ver más allá de aquellos dos leños hechos cruz!
Hay algo que también nos deja a todos atónitos: ¿Cómo fuiste capaz de mantenerte con la cabeza alta, sin doblarte ante nadie, ni siquiera ante el terror de la muerte... y llegaste hasta las últimas consecuencias con una sola cosa clara: la confianza en tu Padre. El mismo guardia romano lo reconoció.
Cuéntanos qué pasó en aquellas horas.

JESÚS
Sí. Ciertamente llevas razón.
Era muy difícil poder traspasar el horror que tenían delante, romper el esquema que se venia teniendo: esa muerte era el signo del máximo fracaso, mientras que ellos habían estado siempre pensando en el triunfo.
Pienso que en el fondo era un problema de mentalidad general: todo el mundo pensaba en el Mesías triunfante, pero no leían bien las escrituras, pues sólo se fijaban en los textos de gloria y nadie se le ocurría leer lo que se decía: el Mesías debía pasar por la tortura, por el desprecio, por el dolor... por la muerte. Eso no quería entenderlo nadie y por más que se le dijera, nadie lo aceptaba ni lo asumía.
Efectivamente, era algo demasiado duro, porque suponía romper toda una mentalidad, todo un esquema de valores y hasta de sentimientos
Para mí fue también muy duro desde el punto de vista físico, pues fue cruel lo que me hicieron; lo mismo que desde el punto de vista psíquico, quisieron desquitarse conmigo, dejarme en ridículo, quisieron verme arrastrarme como un gusano y que les dijera que llevaban razón, quisieron verme pidiéndoles perdón por haber hecho el bien... ¡Y eso no se puede hacer!
Ellos no pudieron soportar jamás el ver a un hombre LIBRE y a esa prerrogativa yo no podía renunciar por nada. No se trataba aquí de humildades falsas ni de cabezonería, ni de orgullo ni de arrogancias de ningún tipo, sino de dignidad y, sobre todo, de la verdad.
También fue duro el constatar cómo la debilidad humana se demuestra justamente en los momentos claves, cuando más lo necesitas: el dolor de los clavos era menos fuerte que el dolor moral de la deserción y la traición de los amigos, que cuando tienen que demostrar lo que son, se echan atrás y te das cuenta que has hecho el tonto, sientes que has perdido la vida.
La soledad en esos momentos es tan mala como la misma muerte.
Mis amigos se vinieron abajo, no dudo que habían llegado a quererme, y admirarme, pero no habían pasado más allá. Mi muerte los dejó en el aire completamente, incluso para ellos representaba un fracaso enorme tener que volver a sus pueblos; de ellos se iban a burlar todos.
En el fondo me utilizaron porque ellos pretendían otra cosa; ellos no hicieron causa conmigo, por eso se sintieron fracasados y frustrados... ¡Eso duele mucho!
Cuando me dejaron en el sepulcro y cayó la tarde del sábado, que les impedía moverse, tuvieron que esconderse; aquellas horas fueron para ellos tremendas, esperaban que de un momento a otro se abriesen las puertas y asomase algún policía que los buscaba.
En medio del grupo estaba mi madre y unas cuantas mujeres, ellas no tenían nada que perder, lo tenían todo perdido. Ellas eran mujeres y sus sentimientos no sirven para nada ni tenían valor alguno; es más, si alguna se ponía un poco molesta se la quitaban de en medio sin problema de ningún tipo. Estas mujeres eran valientes y pasaban de todo. Para ellas solo había una cosa que no aceptaban ni comprendían: habían matado al ser que más querían y su corazón estaba lleno de dolor, de recuerdos y de ternura.
Mis palabras seguían resonando en sus mentes y sin darse cuenta, entre sollozos las iban repitiendo al grupo, mientras que los demás entre el miedo y la angustia las iban recordando.
En el ambiente del grupo estaba flotando una especie de tensión que les decía que aquello que habían vivido no podía terminar así. Allí había algo que no encajaba, que El Dios Padre que yo les había mostrado y les había invitado que lo llamaran ABBA no podía quedarse así ante semejante injusticia, pero no sabían cómo haría, y es lógico que no lo supieran: era algo que rebasaba su capacidad.
Por mi parte, yo había cumplido mi misión.
Quizás para muchos hubiera sido más efectivo el que yo hubiera armado un espectáculo en lo alto del Gólgota y los hubiera dejado asombrados a todos para que no se permitiesen el lujo de dudar más de nada. Pero eso no es más que un espectáculo.
Había que completar la obra, llevarla hasta las últimas consecuencias... ¡ahí, donde el hombre apura hasta la última gota y demuestra todo lo que puede hacer ...
Mi Padre dejó apurar todas las posibilidades al hombre! y cuando el hombre cree que ya está todo acabado... ahí aparece la potencia de Dios.
Efectivamente, no estaba equivocado, era algo que siempre tuve claro. El plan que mi Padre había trazado había sido perfecto. Todo estaba preparado para comenzar una nueva era, vivida en la plena LIBERTAD.
Me tocaba ahora recuperar de nuevo a mis discípulos; tendría que volver a buscarlos, como lo hice antes; solo que el encuentro ahora no era como el de tres años atrás: estaban ilusionados, llenos de esperanza, con ganas de dar un cambio a todo, creían en la posibilidad de un Mesías que diese la vuelta a todo... ahora había cambiado todo eso, sus esperanzas políticas se habían venido abajo, se habían quedado absolutamente en el aire.
Ahora ya me conocían, se habían sentido frustrados, habían sufrido una decepción, se habían roto sus planes... Ahora se trataba de llenar el interior que había quedado desierto. Ahora tenía que ser otra experiencia a otro nivel mucho más fuerte y profundo que hiciese posible la toma de posesión de mi Espíritu. Sin lugar a duda, la condición indispensable para que este encuentro se diera es la vaciedad absoluta: esa misma en la que ellos estaban: lo tenían ya todo perdido, no tenían fuerzas para nada, eran hombres acabados... solo en una situación así es posible valorar el don de Dios.
Por eso las mujeres fueron las primeras en vivir esta transformación, ellas habían tenido siempre su corazón libre para mí, por eso dije siempre que la pobreza es la situación más propicia para el encuentro con Dios, pues el corazón está libre.
La mujeres no fueron capaces de aguantar aquella tensión que se respiraba en el grupo y al amanecer fueron al sepulcro; allí recibieron la sorpresa: esa sensación que habían estado guardando en su corazón no era falsa: yo no había muerto en sus corazones y ahora seguía más vivo que antes entre ellos... tanto que podían verme.
Esto cambió radicalmente sus vidas; algo así como saltar a otra dimensión, que les hizo ver, sentir y vivir en otro nivel. Era algo insospechado, que no se podía explicar... y todos fueron recuperando sus vidas a medida que iban viviendo la misma experiencia.
El grupo entero se rehizo. La experiencia que habíamos vivido de tres años cobró una fuerza enorme. Yo diría que pasó de la piel al corazón; a partir de aquí empezaron a entender las escrituras, a leerlas de otra manera, a entender que lo que en el Antiguo Testamento se decía no era sino un anuncio de este momento.
Estuve unos días con ellos teniendo encuentros un poco especiales para que se fuesen consolidando y aprendiesen a vivir en esta nueva dimensión que ya no está sujeta a esquemas humanos.
Ahora fue cuando ellos comenzaron a entender el por qué yo fui como fui; el por qué yo hablaba y actuaba así... y veían que no se podía ser de otra manera, y perdieron el miedo y comenzaron a comunicar su experiencia y a dar razón de ella con lo que habían aprendido a mi lado... y fueron todos capaces de llegar hasta la misma muerte, lo mismo que lo hice yo; y la misma cosa sigue ocurriendo hasta hoy.
Las preguntas que a mí me surgen os las devuelvo yo a vosotros: Es lógico que a los apóstoles les fuese duro, pero ¿también os resulta a vosotros?
Ya no estáis en aquella situación. O ¿es que los corazones siguen ocupados por otras cosas? Pues sigo sosteniendo lo mismo: ¡No se puede servir a dos señores! O apostamos por la libertad o toda la vida seremos esclavos.