jueves, 11 de septiembre de 2008

DOMINGO VEINTICUATRO DEL T.O. -A-



Lectura del libro del Eclesiástico 27,33‑28,9
Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas

El furor y la cólera son odiosos; el pecador los posee. Del vengativo se vengará el Señor y llevará estrecha cuenta de sus culpas. Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados? Si él, que es carne, conserva la ira, ¿quién expiará por sus pecados? Piensa en tu fin, y cesa en tu enojo; en la muerte y corrupción, y guarda los mandamientos.
Recuerda los mandamientos, y no te enojes con tu prójimo; la alianza del Señor, y perdona el error.
Palabra de Dios


REFLEXIÓN

“EL TABÚ DE LA MUERTE”
El texto que hoy nos trae la liturgia es una reflexión extraordinaria sobre nuestra propia realidad de seres de carne y hueso llamados a vivir, ser felices y morir, pero todo esto hay que hacerlo con dignidad pero junto con esta dimensión a la que estamos llamados, nos encontramos que coexisten elementos que son contrarios : la venganza, el odio, la cólera, los resentimientos, la ira… son actitudes de aquel que no se ha dado cuenta que es “carne”, que está llamado a morir y que no vale la pena vivir la vida de esta manera, eso es perderla miserablemente encerrado en sentimientos de este tipo.
Dice el texto: “Piensa en tu fin, y cesa en tu enojo; en la muerte y corrupción, y guarda los mandamientos.”. Pero hemos quitado del horizonte de nuestra vida el tema de la muerte y de nuestro fin en la existencia como si fueran algo negativo que hay que apartar, como algo tabú que no se debe tocar y es un error grave porque, aunque no nos guste, es la realidad más ineludible que tenemos, hacia donde caminamos, por más que la queramos esconder. Y ese momento es el momento cumbre de la vida donde se resume y se define quién ha sido cada uno. Es el momento que ya no pertenece a nosotros y del que se nos ha de pedir cuentas de todo lo que hayamos hecho o hayamos dejado de hacer.
Debe ser tremendamente triste llegar ahí con el corazón lleno de ira, de rencor, de odio: “Piensa en tu fin, y cesa en tu enojo”- dice el texto-: En ese momento nos gustaría que nos perdonen por las equivocaciones que hayamos cometido, que reconozcan y valoren la buena voluntad que hemos tenido en la vida, pero “¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados?”. En definitiva, y aunque solo sea por egoísmo, una manera de tener compasión de uno mismo es perdonar a nuestro prójimo, pues no hacerlo, es cerrarse a que lo tengan conmigo
Sin embargo hemos arrinconado el tema de la muerte, que es el más importante de la vida y en su puesto hablamos de guerra, de violencia, de atropellos … es cuestión de ver cómo se mueven todos los medios de comunicación hablando de la muerte que a cada momento se está dando en lugar de ayudarnos a enfrentarnos con nosotros mismos.




Salmo responsorial: 102

El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.
Bendice, alma mía, al Señor, /
y todo mi ser a su santo nombre. /
Bendice, alma mía, al Señor, /
y no olvides su beneficios. R.
El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.
Él perdona todas tus culpas /
y cura todas tus enfermedades; /
él rescata tu vida de la fosa /
y te colma de gracia y de ternura. R
El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.
No está siempre acusando /
ni guarda rencor perpetuo; /
no nos trata como merecen nuestros pecados /
ni nos paga según nuestras culpas. R.
El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.
Como se levanta el cielo sobre la tierra, /
se levanta su bondad sobre sus fieles; /
como dista el oriente del ocaso, /
así aleja de nosotros nuestros delitos. R
El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.
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Lectura de la carta del apóstol S. Pablo a los Romanos 14,7‑9
En la vida y en la muerte somos del Señor

Hermanos: Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en la vida y en la muerte somos del Señor. Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos.
Palabra de Dios



REFLEXIÓN

“SOMOS DEUDORES DE AMOR”

S. Pablo escribe a los romanos recordándoles algo que es fundamental para no perder la orientación de sus vidas: están en deuda con Dios que los ha amado con un amor infinito, y porque los ha amado viven y están aquí: ninguno es fruto de una decisión personal, nadie ha escogido a sus padres ni la hora de venir a este mundo, ni nacer en un sitio o en otro, ni tener una cultura u otra… todo lo que tiene y lo que es se lo debe a otros
Todo lo que tenemos y de lo que gozamos: las manos, los pies, los ojos, la boca, el oído, el olfato… nos lo han dado
Incluso todo lo que me rodea y de lo que disfruto no es mío ni me lo he conseguido yo: el sol, la luna, las estrellas, el aire que respiro y que comparto con todos los seres vivos, es la vida que se me regala a cada segundo… de nada de eso puedo sentirme dueño, porque no es mío, por tanto, si vivo por “otros” no vivo para mí, sino para otros, mi vida es un constante vivir en actitud de agradecimiento, mi vida es acción de gracias.
Si damos un paso más elevado y pensamos en lo que hizo Jesucristo: Él nos consiguió el hacernos hijos de Dios y herederos de la gloria y la resurrección, entonces los motivos para dar gracias y para vivir amando y desterrando todas las actitudes negativas que puedan nacer en nosotros, son enormes. No tenemos motivos ni tiene sentido vivir con el corazón lleno de odio, de violencia, de resentimientos, de amargura.
El problema de todo esto es que no nos sentimos deudores de nada, no reconocemos todo lo que nos han dado y todo lo que disfrutamos sin que nos pertenezca.
El mundo en el que vivimos es cada vez menos feliz justamente por esto: se siente sujeto de derechos y no deudor de felicidad y cada uno exige lo suyo cuando en realidad no somos dueños de nada, por eso vivimos insatisfechos y en guerra con los demás, porque siempre nos sentimos agredidos al ver que nos quitan o no nos dan lo que consideramos que nos pertenece porque es nuestro.



Lectura del santo evangelio según S. Mateo 18,21‑35
No te digo que le perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete

En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: "Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?" Jesús le contesta: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo." El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: "Págame lo que me debes." El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré." Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: "¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?" Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano."
Palabra del Señor


REFLEXIÓN

“HASTA SETENTA VECES SIETE”
Es muy probable que los apóstoles se hubieran enfrascado en algunas de sus discusiones y se metieran en el problema moral de hasta qué punto es conveniente perdonar o castigar pues, si perdonamos, damos pie a que el infractor se tome la confianza y ande atropellando, ¡que más da, total, sabe que después va a ser perdonado…! por otro lado está la dignidad de la persona y “no me voy a rebajar a niveles que pueda el otro permitirse el lujo de pensar que yo me he sometido…” ¿Se puede dar el perdón gratuito o se ha de exigir un compromiso?
La conversación tuvo que ponerse al rojo vivo para que Pedro se acercara a Jesús para pedirle que aclararse el asunto. No sé si Pedro se quedó convencido de la respuesta de Jesús, pero lo que sí estoy seguro es que tuvo que quedarse desconcertado y chorreando –como solemos decir- pues a su generosidad de darle la oportunidad 7 veces Jesús le contestó: Siempre y todo (setenta veces siete), es decir: hay que pasar la vida en actitud de perdón, perdonando siempre, de la misma manera que hay que hacer de la vida un acto de acción de gracias.
El perdón no tiene un precio ni límites, no es algo selectivo, ni es algo fuera de lo corriente; para alguien que cree en Jesús y se siente hijo de Dios es algo connatural, pues mi Padre Dios es así: Él hace salir el sol para buenos y para malos y manda la lluvia sobre justos e injustos (Mt. 5,45) y es bueno con todos” (Lc. 6,35)
Si Dios es así y yo me siento hijo suyo, no puedo ser diferente a mi Padre.
Ciertamente, no es nada fácil lo que Cristo está proponiendo, pero es completamente lógico, y por eso propone la parábola para que se pueda ver escenificado: el que había sido perdonado, lo fue de una deuda imposible de pagar, ascendía a diez veces el presupuesto nacional con que contaba Herodes, en cambio el otro compañero le estaba debiendo el sueldo de un día.
Tampoco Dios se ha puesto a pensar que nos podemos tomar la confianza y estaremos saltándonos todo a la torera y atropellando, ni que se ha rebajado y ha perdido su dignidad: Él ha dado el primer paso, así es que no nos debemos preocupar, ya está dado, no somos los primeros ni tenemos que rebajarnos ante nadie, ya lo ha hecho Él.
Todos nos quedamos asombrados ante ejemplos, que esporádicamente salen a la luz, de personas que han sido capaces de perdonar una fuerte agresión que se les ha hecho y se les pone como modelos de heroísmo, pero eso es ser cristiano, es haber aprendido a rezar el Padrenuestro y comprenderlo; lo que no se puede permitir ni encajar dentro del ser cristiano, son los apaños que hemos hecho, de tal manera que podemos seguir llamándonos discípulos de Jesús negándonos a perdonar. Si hacemos esto le estamos pidiendo a Dios que Él haga lo mismo que hacemos nosotros.
Alguien escribía por ahí: el infierno es el lugar donde no se perdona, por tanto, es obra de los hombres; esto se ve claro cuando nos encontramos pueblos o familias en donde se guarda el rencor por generaciones y en lugar del perdón ponen la venganza. Cuando nos encontramos con situaciones de estas, automáticamente decimos: “esto es un infierno”.