viernes, 1 de octubre de 2010

DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO -C-

PRIMERA LECTURA

Lectura de la profecía de Habacuc 1 2‑3; 2, 2‑4
El justo vivirá por su fe

¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches?
¿Te gritaré: «Violencia», sin que me salves?
¿Por qué me haces ver desgracias, me muestras trabajos, violencias y catástrofes, surgen luchas, se alzan contiendas?
El Señor me respondió así:
«Escribe la visión, grábala en tablillas, de modo que se lea de corrido.
La visión espera su momento, se acerca su término y no fallará;
si tarda, espera, porque ha de llegar sin retrasarse.
El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe.»
Palabra de Dios.


REFLEXIÓN
¿HASTA CUÁNDO?... ¿POR QUÉ?
Las palabras del profeta podemos trasladarlas perfectamente al momento que vivimos: ¿Quién de nosotros no se hace constantemente las mismas preguntas?: ¿Hasta cuándo, Señor, va a seguir todo esto? ¿Por qué da lugar Dios a que ocurran las injusticias que se vienen dando?
No me refiero a las catástrofes naturales, pues la naturaleza sigue su ritmo natural que a lo sumo responde cuando se le agrede queriendo cambiarlo; nos referimos a lo mismo que se refiere el profeta: “¿Por qué me haces ver desgracias, me muestras trabajos, violencias y catástrofes, surgen luchas, se alzan contiendas?”… la maldad que realizan los hombres.
Es, en definitiva, la pregunta por la causa del mal en el mundo y la pregunta por la aparente actitud de desinterés e indiferencia por parte de Diosa quien nos dirigimos ante la injusticia, pero vemos que Dios permanece en silencio, se hace el sordo y deja campar a sus anchas a los malhechores.
Pero Dios rompe el silencio aparente y le hace ver claro al profeta invitándole a escribir para que quede constancia ante su pueblo de que no es indiferente a lo que ocurre, que está bien atento y que no ha de dejar las cosas sin su respuesta.
Únicamente hay algo que no debemos olvidar: nuestro tiempo no es el de Dios, ni nuestros esquemas son los suyos, pero su justicia es inapelable y cada uno pagará lo que ha hecho, la vida no se queda con nada de nadie.


Salmo responsorial Sal 94, 1‑2. 6‑7. 8‑9 (R.: 8)

R. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón.»
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos. R.
R. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón.»
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía. R.
R. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón.»
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.» R.
R. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón.»

SEGUNDA LECTURA

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 1, 6‑8. 13‑14
No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor

Querido hermano:
Reaviva el don de Dios, que recibiste cuando te impuse las manos; porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio.
No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor y de mí, su prisionero.
Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios.
Ten delante la visión que yo te di con mis palabras sensatas y vive con fe y amor en Cristo Jesús.
Guarda este precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros.
Palabra de Dios.

REFLEXIÓN
“EL SILENCIO DE LOS BUENOS”

S. Pablo previene a Timoteo ante los ataques que puede sufrir: ser testigo de Jesús y de su reino le va a suponer enfrentarse justamente a aquellos que son contrarios y la tentación de bajar la guardia, de no complicarse, de no ofrecer resistencia, va a ser constante.
Es la misma situación nuestra en la actualidad: frente a los ataques, a los insultos, a las barbaridades que se proclaman y se gritan a los cuatro vientos, la actitud del silencio y la condescendencia, nos hacen cómplices; pero lo grave no está en no querer entrar en debate, lo peor es que, al final, el silencio es signo claro de la participación consciente y la aceptación del mal en la práctica. Podemos poner un ejemplo que nos escenifica lo que decimos: frente al robo descarado y el saqueo al pueblo de los políticos… ¿quién no los imita haciendo sus chanchullos? Así, todos somos cómplices en mayor o menor grado de una corrupción generalizada.
Pablo le pide a Timoteo que no condescienda y que mantenga siempre su cara y sus manos limpias, para poder dar un testimonio claro de Jesucristo, es que de otra forma el “testimonio” puede convertirse en una burla.
El gran problema que muchas veces tenemos los cristianos es justamente éste: que tampoco tenemos nuestras manos limpias y, lógicamente, cada uno nos convertimos en una especie de mancha que va ensuciando el rostro de la iglesia.


Aleluya 1 P 1, 25
La palabra del Señor permanece para siempre;
y esa palabra es el Evangelio que os anunciamos.

EVANGELIO

Lectura del santo evangelio según san Lucas 17, 5‑10
¡Si tuvierais fe...!

En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor:
—«Auméntanos la fe.»
El Señor contestó:
—«Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera:
"Arráncate de raíz y plántate en el mar."
Y os obedecería.
Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice:
"En seguida, ven y ponte a la mesa"?
¿No le diréis:
"Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú"?
¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado?
Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid:
"Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer."»
Palabra del Señor.

REFLEXIÓN

“DEJAR LIBRE EL ESPACIO A DIOS”
En el cap. 17 S. Lucas recoge una serie de “dichos” del Señor sobre diferentes temas y hoy, concretamente, recoge una expresión de Jesús sobre la fe a cuento de la constatación que los apóstoles hacen de la pequeñez de la suya, para acometer la misión que Jesús les ha encomendado; ante este problema que ellos tienen, le piden que les aumente la fe.
Jesús, en lugar de darles la solución, les da una respuesta que los deja desconcertados, pues les dice que una fe pequeñita, sería capaz de hacer cosas imposibles, con lo que los deja fuera de juego, ellos que se creen capacitados y los mejores…
Ellos creen en un montón de cosas, tienen un sistema de creencias perfectamente establecido, sin embargo, algo falla pues no logran dar el verdadero sentido a la vida; y es que no se trata de creer más cosas, sino hacerlo de otra forma
A continuación les hace caer en la cuenta que hay que empezar por algo que es básico antes de pensar en grandezas: cumplir con la obligación que cada uno tiene y gozar con lo que hace bien hecho; no se trata, por tanto, de cantidad de cosas en las que hay que creer, sino en una forma nueva de mirar y de ver las cosas y la vida.
La primera condición que pide Jesús es tener una actitud de profunda humildad y no tener pretensiones, para que a nadie se le suban los humos a la cabeza; a partir de ahí aparecerá clara la disponibilidad a Dios y a dejarle libre el espacio, entendiendo que somos instrumentos en sus manos: el lápiz no se siente orgulloso de lo que ha escrito, ni tampoco dice que lo ha hecho él, debe más bien sentirse feliz y orgulloso porque el dueño se ha servido de él para hacerlo y él ha dado lo mejor que tenía, él solo ha hecho lo que debía.
Cuando esto se da, es cuando estamos capacitados para poder ver la grandeza de Dios en nuestras vidas y en la de los demás, es cuando comenzamos a ver lo que Dios es capaz de hacer a través de nosotros.
Desde esta perspectiva ¡cuánto necesitaríamos pedir a Dios que “aumente nuestra fe” fiándonos de Él y dejando el campo libre de nuestros protagonismos, de nuestro orgullo, de nuestros intereses… para que sea Él quien se exprese.
“Que aumente nuestra fe” y no nos deje confundir ni mezclar en ella intereses particulares de todo tipo que buscan otros fines distintos al evangelio.
“Que aumente nuestra fe” de manera que tengamos una relación distinta con Él y, en consecuencia, con los hermanos.
“Que aumente nuestra fe” para que seamos capaces de contagiar a los demás como lo hicieron todos aquellos que pasaron antes que nosotros y dejaron el entusiasmo por Jesús y por su causa.
“Que aumente nuestra fe”, para que seamos capaces de poner su reino por encima de cualquier otro interés que nos presenta este mundo en el que vivimos.
“Que aumente nuestra fe”, para que no nos dejemos invadir por el ambiente que se propone hacer desaparecer la cruz de la vida y nos convierte en verdaderos fugitivos y en eternos insatisfechos, ya que nuestra ansia de placer jamás se ve saciada.
“Que aumente nuestra fe” para que no nos conformemos con mantener un sistema de “creencias”, sino una actitud de unión y amistad con Jesucristo, de manera que quien se acerque a nosotros se encuentre siempre con Él.