martes, 4 de noviembre de 2008

DOMINGO TREINTA Y DOS -T.O- -A-

DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE LETRÁN


Lectura de la profecía de EZEQUIEL 47,1-2.8-9.12
En aquellos días, el ángel me hizo volver a la entrada del templo.

Del zaguán del templo manaba agua hacia levante -el templo miraba a levante-. El agua iba bajando por el lado derecho del templo, al mediodía del altar.
Me sacó por la puerta septentrional y me llevó a la puerta exterior que miraba a levante. El agua iba co­rriendo por el lado derecho.
Me dijo:
-Estas aguas fluyen hacia la comarca levantina, bajarán hasta la estepa, desembocarán en el mar de las aguas salobres, y lo sanearán. Todos los seres vi­vos que bullan allí donde desemboque la corriente tendrán vida; y habrá peces en abundancia. Al desembocar allí estas aguas, quedará saneado el mar y habrá vida dondequiera que llegue la corriente.
A la vera del río, en sus dos riberas, crecerán toda clase de frutales; no se marchitarán sus hojas ni sus frutos se acabarán; darán cosecha nueva cada luna, porque los riegan aguas que manan del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales.
Palabra de Dios


REFLEXIÓN

“DIOS ES LA ÚNICA FUENTE DE VIDA”

El profeta Ezequiel utiliza la imagen de su tierra para expresar el cambio que Dios piensa hacer con su pueblo: Ve aquel arrollo que nace de la fuente de Siloé y corre por todo el valle convertido en el río Jordán dándole vida y acabándose en el Mar Muerto donde todo se extingue y muere.
Ezequiel piensa en el nuevo Israel cuya grandeza va a estar basada en la sabiduría que nace del templo y que riega como un torrente impetuoso todo el país convirtiendo en campo fecundo, incluso los salitrales del mar Muerto.
La vida que nace de Dios llenará la tierra y lo saneará todo, cambiará la faz del pueblo y la paz, la fraternidad y la justicia llenarán la tierra.
Sin embargo, todo esto que el profeta soñó para su pueblo no llegó; a darse a pesar de que hubo repatriación, de que volvieron a ser cultivados los montes, de que se reconstruyó el templo físico… pero la ley del Señor no la pusieron en práctica y el país no se llenó de la paz y la fraternidad que auguró.
Para los cristianos, el pasaje de Ezequiel es como un preludio de Pentecostés en la iglesia: el espíritu del Señor llenó la tierra pero su fuerza y sus dones no llegaron a regar y vivificar los corazones de todos los hombres.
El sueño de Ezequiel seguimos constantemente teniéndolo todos, lo que ocurre es que cada uno lo dirige hacia una dirección y la felicidad no la ponemos en que se llene la tierra de fraternidad y de paz; la JUSTICIA no es precisamente el agua viva que deseamos que riegue la tierra, sino que cada vez aumenta el caudal de avaricia y esto hace que cada uno nos convirtamos en una especie de mar muerto donde todo acaba por perderse: el mar muerto es un gran lago a casi 400 m. por debajo del nivel del mar. Recibe las aguas que vienen del lago de Tiberiades o mar de Galilea y que a su paso van regando un gran valle que produce la riqueza de Israel; cuando estas aguas llegan al Mar Muerto, allí se quedan estancadas y en su fondo y a su orilla no se produce vida alguna. Ese es el gran peligro que tenemos en el mundo actual que nos invita y nos empuja a vivir aislados en un individualismo absoluto en donde muere toda ilusión, toda esperanza y toda posibilidad de vida. Nos vamos convirtiendo en un salitral.


Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los CORINTIOS 3,9c-11.16-17

Hermanos:
Sois edificio de Dios. Conforme al don que Dios me ha dado, yo, como hábil arquitecto, coloqué el cimiento, otro levanta el edificio. Mire cada uno cómo construye.
Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo.
¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?
Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros.
Palabra de Dios

REFLEXIÓN

“PIEDRAS VIVAS DEL TEMPLO DEL ESPÍRITU SANTO”

S. Pablo dirigiéndose a la comunidad de Corinto, para explicarles la iglesia utiliza una imagen que tiene resonancia en el antiguo testamento: la imagen del constructor que pone los cimientos y sobre ellos va construyendo, en esta imagen pone de relieve algo que ellos no deben olvidar jamás: el protagonismo de Dios: es él quien construye y es Él quien se pone como cimientos de esa construcción; nosotros somos las piedras que van armando todo el edificio, pero es Él quien lo construye y nadie puede apropiarse la autoridad de de construir lo que es suyo: “Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo.”
Es muy importante que esto se tenga bien claro, de esta forma evitaremos afirmaciones y atribuciones indebidas: no podemos atribuir a la iglesia el capricho o el interés concreto de una persona o de un grupo que les interesa una acción concreta o una posición en una determinada situación.
La iglesia, al ser construcción de Dios, se convierte en templo de su Espíritu Santo y en ella se dan los signos visibles de la Paz, del Amor, de la Justicia, de la Verdad, de la Libertad, la caridad, la alegría, la comprensión de los demás, la generosidad, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre y dominio de sí mismo. (Gal. 5,22-23)
Estos son los frutos del Espíritu que mora dentro de la iglesia y estos son los signos que indudablemente la distinguen frente al resto de instituciones que puede haber en este mundo… La pregunta constante que nos tenemos que hacer es esta: ¿Son estos los signos que distinguen a nuestra iglesia?
Lo triste y lo lamentable es que la percepción que tiene la gente es completamente distinta y lo que no podemos hacer, de ninguna manera, es decir que los demás están ciegos u obsesionados o incapacitados para ver. No es posible que todo el mundo esté ciego, en cambio sí es posible que algún barro se nos vaya pegando por el camino que puede hacer que se distorsione la imagen y hasta desaparezcan los signos.

Lectura del santo evangelio según san JUAN 2,13-22

Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedo­res de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambis­tas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:
-Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora».
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: -¿Qué signos nos muestras para obrar así? Jesús contestó:
-Destruir este templo, y en tres días lo levantaré. Los judíos replicaron:
-Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?
Pero El hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.
Palabra de Dios

REFLEXIÓN:

“DENUNCIA DEL CULTO Y DEL DINERO”
S. Juan, de forma distinta a como lo hacen los otros evangelistas, sitúa el encuentro de Jesús con la realidad del templo al comienzo de su evangelio, como indicando que va a ser una de las acciones programáticas de toda la vida de Jesús: el templo era el símbolo principal de Israel, el cambio del templo suponía el cambio de la realidad de Israel.
De la misma manera, el episodio está puesto en un momento festivo de Pascua, que recuerda el paso de la esclavitud a la libertad.
El momento que se vive socialmente es tenso; es un momento de opresión y se está ansiando la liberación, la gente está cansada, no puede más. Esta va a ser la perspectiva que se abre del evangelio de Juan.
La imagen del templo en esos momentos de peregrinación presentaba un aspecto parecido a todo menos a la casa de encuentro con el Padre que trae la salvación para todos y, más bien, viene a resultar el centro donde se encuentra la clave de todo el hundimiento en el que están metidos.
El encuentro de Jesús con el templo tiene una resonancia profética extraordinaria que recuerda a Isaías (56,7) a Jeremías (7,11) y a Zacarías (14,21) y que está indicando que aquello que anunciaron los profetas ha llegado ya a su fin:
Jesús ataca frontalmente la liturgia vacía e hipócrita del templo judío. Criticar la estructura del templo basada en el poder y en la explotación del pueblo judío: Jesús encuentre el templo lleno de vendedores, de cambistas, de gente que no busca a Dios, sino el negocio. Esto es un pecado, ahí no puede estar Dios, no es el lugar donde todos se deben sentir acogidos como en la casa del Padre, donde se pueda vivir la experiencia de la fraternidad.
La actitud de Jesús es un referente para nosotros que debemos coger para hacer la crítica a nuestra liturgia y a la imagen que han de representar nuestros templos: qué se hace en ellos, qué se celebra.
Hemos de ser valientes y enfrentarnos a nuestra realidad… ¿No merecería nuestra práctica un gesto profético al estilo de Jesús que rompiese la dinámica en la que nos estamos metiendo complaciendo otros criterios que nada tienen que ver con los de Dios?
Vivimos en una sociedad cuyo pensamiento y cuyo criterio de grandeza no es la dignidad de la persona, sino lo que posee. Algunos sociólogos sostienen que el símbolo identificativo de nuestra civilización es el dinero a lo que se rinde un verdadero culto y al que se le sacrifica la misma vida y en torno a él se hace girar todo, hasta el mismo culto que se debe a Dios. Es curioso que los fieles pregunten, cuando estos días piden que se tenga presente a sus familiares en la Eucaristía “¿Cuánto vale?
Aunque para el mundo el dinero puede comprarlo todo, para los creyentes sabemos que lo único que cierra la puerta de nuestro corazón a Dios es el dinero.
Ese templo antiguo, centro de corrupción, ha desaparecido para dar paso a un nuevo templo que será el corazón de cada hombre.
Nuestros templos y nuestra iglesia dejan de ser espacio de encuentro entre los hermanos con Dios Padre el momento en que el dinero entra como condición indispensable y suplanta la fraternidad y la solidaridad; desde esos parámetros es imposible entender el amor