Lectura del libro de Isaías 56, 1. 6‑7
A los extranjeros los traeré a mi Monte Santo
Así dice el Señor:
Guardad el derecho, practicad la justicia, que mi salvación está para llegar y se va a revelar mi victoria.
A los extranjeros que se han dado al Señor, para servirlo, para amar el nombre del Señor y ser sus servidores, que guardan el sábado sin profanarlo y perseveran en mi alianza: los traeré a mi Monte Santo, los alegraré en mi casa de oración; aceptaré sobre mi altar sus holocaustos y sacrificios, porque mi casa es casa de oración y así la llamarán todos los pueblos.
Palabra de Dios.
REFLEXIÓN
“PARA DIOS NO HAY EXCLUIDOS”
Quiero terminar el pasaje que nos trae hoy la liturgia sobre el profeta Isaías ya que se dirige concretamente a dos sectores de la población que son marginados y despreciados: los extranjeros, que no tienen derechos ningunos y los eunucos, parece que estas dos categorías de personas están, por ley, excluidas de toda salvación y de la bendición de Dios, es más, ellos mismos así se consideran y han llegado a pensar que son una especie de casta despreciable que ha de estar agradecida de que los dejen vivir:
El texto continúa diciendo:
“Así dice Yavé: Actúen correctamente y hagan siempre lo debido, pues mi salvación se viene acercando y mi justicia está a punto de aparecer. Feliz el hombre que siempre se comporta así, sin desmayar, que se fija en no profanar el sábado y trata de no hacer el mal.
Que el extranjero, que se ha puesto al lado de Yavé, no diga: «Con toda certeza Yavé me dejará afuera de su pueblo.» Ni tampoco afirme el castrado: «Yo no soy más que un árbol seco.» Pues esto dice Yavé a los castrados que observan sus sábados, que hacen lo que a Él le gusta y que no faltan a su compromiso con él: «Les daré dentro de los muros de mi Casa un lugar y una consideración que tendrán más valor que hijos e hijas; les daré una fama que nunca se olvidará.»
Y a los extranjeros que se han puesto de parte de Yavé, para obedecerle, amar su Nombre y ser sus servidores, que tratan de no profanar el sábado y que cumplen fielmente su compromiso conmigo, los llevaré a mi cerro santo y haré que se sientan felices en mi Casa de oración. Serán aceptados los holocaustos y los sacrificios que hagan sobre mi altar, ya que mi casa será llamada Casa de oración para todos los pueblos.”
Es decir: los esquemas de Dios no son nuestros esquemas ni Él funciona llevado de prejuicios, para Él solo cuenta la actitud que se convierte en una práctica del bien y de la justicia; la situación personal o social, Él no la mira, pues ante Él somos todos iguales.
En cambio, es curioso ver cómo los privilegiados socialmente. Miran con recelo a todos estos que no pertenecen a su estatus y ponen normas para que se impida el acceso al templo del Señor.
Cuando se toma esta actitud, es el mismo Dios quien toma las riendas y coge de la mano a los excluidos por los privilegiados para recorrer con ellos el camino que nosotros hemos prohibido para encontrarse con ellos y llenarlos de gozo.
Podríamos decir que el gran sueño de Dios es hacer que su “casa” sea una gran familia en la que quepan todos, sin puertas ni ventanas, en donde se rompa toda discriminación y todos nos sintamos hijos del mismo Padre.
Cuando leemos despacio estos textos se siente miedo al ver todo lo que hemos montado y la cantidad de leyes que hemos creado que exigen, coartan, excluyen y castigan… cuando Dios Padre solo quiere la unidad, la fraternidad, la acogida, la familiaridad.
Nos hemos inventado leyes y normas que estoy seguro Dios no se le hubieran ocurrido y Él goza haciendo todo lo contrario de lo que nosotros consideramos un pecado gravísimo, pues ve que, en cambio, pasamos por alto otras cosas que deberían asustarnos y sin embargo las hemos aceptado como algo absolutamente normal y lógico, por ejemplo: somos capaces de sentirnos escandalizados profundamente al ver que una mujer realice un gesto determinado dentro de la liturgia, y en cambio nos quedamos tan tranquilo al ver cómo la iglesia se inhibe frente a problemas tan fuertes como el que estamos viviendo de la muerte de tantos pobres que llegan a nuestras costas o de la nueva forma de esclavitud que está naciendo a raíz de su presencia entre nosotros. Yo no hago más que preguntarme: ¿Qué pensarán de nosotros que confesamos que todos somos hermanos?
Salmo responsorial Sal 66, 2‑3. 5. 6 y 8
V/. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
R/. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
V/. El Señor tenga piedad y nos bendiga,
A los extranjeros los traeré a mi Monte Santo
Así dice el Señor:
Guardad el derecho, practicad la justicia, que mi salvación está para llegar y se va a revelar mi victoria.
A los extranjeros que se han dado al Señor, para servirlo, para amar el nombre del Señor y ser sus servidores, que guardan el sábado sin profanarlo y perseveran en mi alianza: los traeré a mi Monte Santo, los alegraré en mi casa de oración; aceptaré sobre mi altar sus holocaustos y sacrificios, porque mi casa es casa de oración y así la llamarán todos los pueblos.
Palabra de Dios.
REFLEXIÓN
“PARA DIOS NO HAY EXCLUIDOS”
Quiero terminar el pasaje que nos trae hoy la liturgia sobre el profeta Isaías ya que se dirige concretamente a dos sectores de la población que son marginados y despreciados: los extranjeros, que no tienen derechos ningunos y los eunucos, parece que estas dos categorías de personas están, por ley, excluidas de toda salvación y de la bendición de Dios, es más, ellos mismos así se consideran y han llegado a pensar que son una especie de casta despreciable que ha de estar agradecida de que los dejen vivir:
El texto continúa diciendo:
“Así dice Yavé: Actúen correctamente y hagan siempre lo debido, pues mi salvación se viene acercando y mi justicia está a punto de aparecer. Feliz el hombre que siempre se comporta así, sin desmayar, que se fija en no profanar el sábado y trata de no hacer el mal.
Que el extranjero, que se ha puesto al lado de Yavé, no diga: «Con toda certeza Yavé me dejará afuera de su pueblo.» Ni tampoco afirme el castrado: «Yo no soy más que un árbol seco.» Pues esto dice Yavé a los castrados que observan sus sábados, que hacen lo que a Él le gusta y que no faltan a su compromiso con él: «Les daré dentro de los muros de mi Casa un lugar y una consideración que tendrán más valor que hijos e hijas; les daré una fama que nunca se olvidará.»
Y a los extranjeros que se han puesto de parte de Yavé, para obedecerle, amar su Nombre y ser sus servidores, que tratan de no profanar el sábado y que cumplen fielmente su compromiso conmigo, los llevaré a mi cerro santo y haré que se sientan felices en mi Casa de oración. Serán aceptados los holocaustos y los sacrificios que hagan sobre mi altar, ya que mi casa será llamada Casa de oración para todos los pueblos.”
Es decir: los esquemas de Dios no son nuestros esquemas ni Él funciona llevado de prejuicios, para Él solo cuenta la actitud que se convierte en una práctica del bien y de la justicia; la situación personal o social, Él no la mira, pues ante Él somos todos iguales.
En cambio, es curioso ver cómo los privilegiados socialmente. Miran con recelo a todos estos que no pertenecen a su estatus y ponen normas para que se impida el acceso al templo del Señor.
Cuando se toma esta actitud, es el mismo Dios quien toma las riendas y coge de la mano a los excluidos por los privilegiados para recorrer con ellos el camino que nosotros hemos prohibido para encontrarse con ellos y llenarlos de gozo.
Podríamos decir que el gran sueño de Dios es hacer que su “casa” sea una gran familia en la que quepan todos, sin puertas ni ventanas, en donde se rompa toda discriminación y todos nos sintamos hijos del mismo Padre.
Cuando leemos despacio estos textos se siente miedo al ver todo lo que hemos montado y la cantidad de leyes que hemos creado que exigen, coartan, excluyen y castigan… cuando Dios Padre solo quiere la unidad, la fraternidad, la acogida, la familiaridad.
Nos hemos inventado leyes y normas que estoy seguro Dios no se le hubieran ocurrido y Él goza haciendo todo lo contrario de lo que nosotros consideramos un pecado gravísimo, pues ve que, en cambio, pasamos por alto otras cosas que deberían asustarnos y sin embargo las hemos aceptado como algo absolutamente normal y lógico, por ejemplo: somos capaces de sentirnos escandalizados profundamente al ver que una mujer realice un gesto determinado dentro de la liturgia, y en cambio nos quedamos tan tranquilo al ver cómo la iglesia se inhibe frente a problemas tan fuertes como el que estamos viviendo de la muerte de tantos pobres que llegan a nuestras costas o de la nueva forma de esclavitud que está naciendo a raíz de su presencia entre nosotros. Yo no hago más que preguntarme: ¿Qué pensarán de nosotros que confesamos que todos somos hermanos?
Salmo responsorial Sal 66, 2‑3. 5. 6 y 8
V/. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
R/. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
V/. El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros:
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
R/. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
V/. Que canten de alegría las naciones,
R/. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
V/. Que canten de alegría las naciones,
porque riges la tierra con justicia,
riges los pueblos con rectitud
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
R/. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
V/. Oh Dios, que te alaben los pueblos,
R/. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
V/. Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
Que Dios nos bendiga;
Que Dios nos bendiga;
que le teman hasta los confines del orbe.
R/. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 11, 13‑15. 29‑32
Los dones y la llamada de Dios son irrevocables para Israel
Hermanos:
A vosotros, gentiles, os digo: Mientras sea vuestro apóstol, haré honor a mi ministerio, por ver si despierto emulación en los de mi raza y salvo a alguno de ellos.
Si su reprobación es reconciliación del mundo, ¿qué será su reintegración sino un volver de la muerte a la vida?
Los dones y la llamada de Dios son irrevocables.
Vosotros, en otro tiempo, desobedecisteis a Dios; pero ahora, al desobedecer ellos, habéis obtenido misericordia.
Así también ellos que ahora no obedecen, con ocasión de la misericordia obtenida por vosotros, alcanzarán misericordia.
Pues Dios nos encerró a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos.
Palabra de Dios
REFLEXIÓN
“PRIMERO YO, Y SI SOBRA ALGO, PARA MI”
S. Pablo se enfrenta a un problema distinto al que se ha encontrado Isaías: aquí se trata del pueblo de Israel, que es el portador de las promesas, el privilegiado de Dios que se autoexcluye: no quiere saber de Dios, no acepta sus mandatos, no quiere seguir el camino que Dios le ha propuesto, ha decidido emprender otros derroteros.
Estoy recordando el encuentro con una persona que me viene con una actitud agresiva reclamándome que tengo que darle dinero “porque estamos atendiendo a las mujeres extranjeras y a las españolas las tenemos abandonadas; que ella siempre ha sido cristiana…” etc.
Cuando le dije que era la primera vez que la veía y que nunca la había visto implicada en algún gesto de solidaridad de los que hacemos en la parroquia, me dijo que ella no estaba de acuerdo con la gente que venía por aquí, que eran todos gente de “no fiar”, es decir: ella se excluye de la comunidad porque se considera tan buena, que no puede estar con gente que “no es de fiar”, ella solo debe acercarse para aprovecharse de los pocos que nos reunimos y en nuestra “maldad”, nos acordamos de los excluidos; ella se excluye y no acepta que se ayude y se acojan a otros que fueron excluidos.
Algo parecido ocurre en el pueblo de Israel: ha despreciado todo el don de Dios, mientras los paganos están ansiándolo, pues ellos nunca han podido gozar, siempre se han sentido excluidos…
Pero ante el abandono del pueblo de sus principios, otros van cogiendo posiciones que se han quedado vacías, hasta el punto que llegan a hacerse fuertes por el abandono de los hijos y llega el momento en que se imponen y son los que establecen las normas.
Ahora Pablo pide que también ellos estén abiertos para que los israelitas puedan tener acceso a la bendición que ellos, por la desobediencia de los otros, ahora gozan, porque si se cierran, pueden llegar a repetir la misma historia, incluso aumentada por el resentimiento y la venganza y convertirse en los peores excluyentes, racistas, intolerantes, fanáticos que existen y hasta en unos peligrosos inquisidores.
El problema con el que se enfrenta Pablo es muy semejante al que nos encontramos en nuestro momento: El pueblo de Israel ha despreciado sus orígenes, su fe y se ha montado en un tren que le lleva a la destrucción; hay otros que están viniendo de fuera y ocupando los puestos que ellos han despreciado, cuando quieran volver se encontrarán que tendrán que pedir permiso, no ya para ocupar otra vez los puestos, que ya no podrán, sino es muy probable que lo tengan que pedir para poder vivir.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según San Mateo 15, 21‑28
Mujer, qué grande es tu fe
R/. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 11, 13‑15. 29‑32
Los dones y la llamada de Dios son irrevocables para Israel
Hermanos:
A vosotros, gentiles, os digo: Mientras sea vuestro apóstol, haré honor a mi ministerio, por ver si despierto emulación en los de mi raza y salvo a alguno de ellos.
Si su reprobación es reconciliación del mundo, ¿qué será su reintegración sino un volver de la muerte a la vida?
Los dones y la llamada de Dios son irrevocables.
Vosotros, en otro tiempo, desobedecisteis a Dios; pero ahora, al desobedecer ellos, habéis obtenido misericordia.
Así también ellos que ahora no obedecen, con ocasión de la misericordia obtenida por vosotros, alcanzarán misericordia.
Pues Dios nos encerró a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos.
Palabra de Dios
REFLEXIÓN
“PRIMERO YO, Y SI SOBRA ALGO, PARA MI”
S. Pablo se enfrenta a un problema distinto al que se ha encontrado Isaías: aquí se trata del pueblo de Israel, que es el portador de las promesas, el privilegiado de Dios que se autoexcluye: no quiere saber de Dios, no acepta sus mandatos, no quiere seguir el camino que Dios le ha propuesto, ha decidido emprender otros derroteros.
Estoy recordando el encuentro con una persona que me viene con una actitud agresiva reclamándome que tengo que darle dinero “porque estamos atendiendo a las mujeres extranjeras y a las españolas las tenemos abandonadas; que ella siempre ha sido cristiana…” etc.
Cuando le dije que era la primera vez que la veía y que nunca la había visto implicada en algún gesto de solidaridad de los que hacemos en la parroquia, me dijo que ella no estaba de acuerdo con la gente que venía por aquí, que eran todos gente de “no fiar”, es decir: ella se excluye de la comunidad porque se considera tan buena, que no puede estar con gente que “no es de fiar”, ella solo debe acercarse para aprovecharse de los pocos que nos reunimos y en nuestra “maldad”, nos acordamos de los excluidos; ella se excluye y no acepta que se ayude y se acojan a otros que fueron excluidos.
Algo parecido ocurre en el pueblo de Israel: ha despreciado todo el don de Dios, mientras los paganos están ansiándolo, pues ellos nunca han podido gozar, siempre se han sentido excluidos…
Pero ante el abandono del pueblo de sus principios, otros van cogiendo posiciones que se han quedado vacías, hasta el punto que llegan a hacerse fuertes por el abandono de los hijos y llega el momento en que se imponen y son los que establecen las normas.
Ahora Pablo pide que también ellos estén abiertos para que los israelitas puedan tener acceso a la bendición que ellos, por la desobediencia de los otros, ahora gozan, porque si se cierran, pueden llegar a repetir la misma historia, incluso aumentada por el resentimiento y la venganza y convertirse en los peores excluyentes, racistas, intolerantes, fanáticos que existen y hasta en unos peligrosos inquisidores.
El problema con el que se enfrenta Pablo es muy semejante al que nos encontramos en nuestro momento: El pueblo de Israel ha despreciado sus orígenes, su fe y se ha montado en un tren que le lleva a la destrucción; hay otros que están viniendo de fuera y ocupando los puestos que ellos han despreciado, cuando quieran volver se encontrarán que tendrán que pedir permiso, no ya para ocupar otra vez los puestos, que ya no podrán, sino es muy probable que lo tengan que pedir para poder vivir.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según San Mateo 15, 21‑28
Mujer, qué grande es tu fe
En aquel tiempo, Jesús salió y se retiró al país de Tiro y Sidón.
Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle:
—Ten compasión de mí, Señor Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo.
El no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle:
—Atiéndela, que viene detrás gritando.
El les contestó:
—Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.
Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió de rodillas:
—Señor, socórreme.
El le contestó:
—No está bien echar a los perros el pan de los hijos.
Pero ella repuso:
—Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos.
Jesús le respondió:
—Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.
En aquel momento quedó curada su hija.
Palabra del Señor
REFLEXIÓN
“DERECHO A TENER PARA DESPRECIAR”
Siempre se ha dicho que ante un atracón de comida lo mejor es un buen ayuno, pues cuando estamos hartos (hastiados, empachados, repletos…) nos produce hasta asco la comida y preferimos cosas suaves, ligeras, sin consistencia.
El pueblo de Israel era el pueblo de la promesa, con quien Dios se había volcado y a quien tenía siempre a su disposición; era el pueblo preferido, llamado a estar siempre en la cabeza, a gozar de todos los privilegios.
A este pueblo viene Jesús y en él realiza toda su obra e inaugura su mensaje proclamando la Buena Noticia del Reino que la pone en manos de su pueblo.
Llega un momento en que Jesús tiene que decirles: “hay muchos que desearon oír y ver lo que vosotros habéis visto y oído pero no pudieron” y sin embargo respondieron a la llamada de Dios.
El pasaje del evangelio de hoy es un ejemplo clarísimo que deja a Jesús perplejo: esta mujer se conforma con las migajas que el pueblo de Israel desprecia y tira, para ella son signos de esperanza y de salvación, en cambio el pueblo de Israel no valora lo que tiene y lo desprecia.
Yo no puedo evitar ver el reflejo actual: en un jueves santo me toca ir a celebrar la cena del Señor en una comunidad; asisten tres personas y no pude hacer el gesto de lavar los pies porque ninguna de las tres mujeres que fueron dejó que se los lavara. Aquella noche me llamaron de Ecuador diciéndome: “pídele a tu obispo que te deje venir a celebrar la pascua con nosotros pues no tenemos sacerdote”, es una parroquia con treinta mil habitantes y no tienen quién pueda presidir la Eucaristía.
Pero si nos saltamos a otros niveles podremos observar que en casa tenemos un armario tan atiborrado que ya no sabemos qué ponernos y salimos a comprar algo nuevo; o el niño que necesita una habitación para poder meter todos los juguetes y al final se aburre como una ostra porque no sabe a qué jugar ni tiene con quién hacerlo, pues en casa vive solo.
En este mundo que vivimos, en el que tenemos todos los medios a nuestro alcance, que nos sobra de todo y nos sentimos con derecho a tener para poder elegir y despreciar, desde el colegio al médico y hasta el sacerdote, el gran problema que tenemos es que no sabemos qué hacer para no engordar y seguir comiendo, mientras la gran mayoría no sabe qué hacer para poder vivir.
Y hasta las migajas se escatiman y se procura derivarlas por cauces que al final repercutan en beneficio propio.
Ante esta situación de “hartura”, pedimos las cosas blanditas, suaves, sin contenido que comprometa (Light), una religión a la carta, unos ritos para nuestras conveniencias, unas doctrinas que defiendan nuestros intereses, una fe desconectada de la vida y acomodada a mis circunstancias… y todo esto sostenido por unas leyes que me dicen que “yo tengo derecho” y, por lo tanto, exijo lo que me pertenece.
Y aquella gente que para venir el domingo a misa ha de andar durante siete horas por caminos infernales y cuando llega se pone su ropa limpia para asistir a la asamblea y escuchar la palabra de Dios y se mete de lleno en la celebración de la Eucaristía sin mirar el reloj y en ella pasa dos horas bien medidas y sale de ella feliz con toda su familia… esta gente no reclaman derechos, simplemente aprecia y valora el don de Dios que hace exclamar al mismo Jesús: “Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas”.