miércoles, 6 de agosto de 2008

DOMINGO DIECINUEVE -T. O. -A-

Lectura del Libro primero de los Reyes 19, 9a. 11‑13a
Aguarda al Señor en el monte

En aquellos días, al llegar Elías al monte de Dios, al Horeb, se refugió en una gruta. El Señor le dijo:
—Sal y aguarda al Señor en el monte, que el Señor va a pasar.
Pasó antes del Señor un viento huracanado, que agrietaba los montes y rompía los peñascos: en el viento no estaba el Señor. Vino después un terremoto, y en el terremoto no estaba el Señor. Después vino un fuego, y en el fuego no estaba el Señor. Después se escuchó un susurro.
Elías, al oírlo, se cubrió el rostro con el manto y salió a la entrada de la gruta.

Palabra de Dios.


REFLEXIÓN

“DIOS NO GRITA”
Estamos en unos tiempos en los que todo se precipita, las cosas nacen ya viejas y obsoletas, las modas no duran más que la época de la temporada, los escándalos se suceden y son tantos que solo impresionan la semana que los medios de comunicación los tienen en el candelero porque interesan… El ambiente es de tormenta, de huracanes, de ruidos, de truenos y relámpagos… En ese desmadre difícilmente se podrá encontrar a Dios.
Sin embargo, hay mucha gente que quisiera que Dios aparezca gritando y diciendo ¡¡¡ Basta yaaaaaa !!!
No, Dios no habla en la turbulencia; ahí es fácil confundir las voces y engañarse creyendo una cosa que no es.
Elías desaparece de la escena y se refugia en la cueva justamente por esto, tiene que salir de la presión que le envuelve y hacer silencio en su interior para escuchar con claridad y reconocer con nitidez la voz del Señor.
Tantas voces nos gritan a nuestro alrededor, tantas propuestas nos ofrecen la felicidad, tantas voces nos pregonan la “verdad”… que con frecuencia todo se mezcla y se confunde; es algo así como cuando en una radio se cruzan varias emisoras y hay que elevar la antena y afinar perfectamente la frecuencia para poder oír con nitidez
Pienso que Dios sigue hablando, somos nosotros los que estamos en otra frecuencia; el silencio es otra forma de lenguaje: cuando dos se aman, los momentos más entrañables no son los que se atiborran de palabras, sino los que se viven en silencio y desde ahí se comparte lo más grande, por eso, cuando Dios nos quiere decir algo importante, nos pide silencio, que es otra forma de palabra, es espacio de revelación
Quizás llevamos demasiado tiempo con una voz demasiado potente, sosteniendo tormentas con rayos y truenos y manteniendo la gente asustada; ahora, cuando se perdieron los miedos, y cada uno se sintió con fuerza para gritar, ahora nos damos cuenta que Dios no está, que estamos solos en una especie de mercado en el que cada uno pregona su mercancía… Pero Dios emite en otra frecuencia: la del silencio
Podemos constatar con mucha facilidad algo que golpea la vista hasta el punto de hacer daño: los niños de hoy son incapaces de hacer silencio y en cuanto les obligas a estar unos segundos en silencio dicen que están aburridos, son incapaces de adentrarse en el interior. Los jóvenes han de estar envueltos en decibelios, pues el silencio les horroriza y es pánico el que le tienen; en el diálogo la gente no es capaz de aguantar el razonamiento del interlocutor para poder tener una idea completa de lo que piensa para responderle… Es decir: tendríamos que decir que este mundo vive bajo el síndrome del miedo al silencio, metidos en una esquizofrenia colectiva.
La iglesia ha sido más fuerte y auténtica justamente en el silencio y no en los “ruidos”, los grandes hombres y mujeres se hicieron grandes precisamente en el silencio, en el dolor, en el anonimato… “En la brisa estaba Dios”.
Si Dios habla en el silencio, se presenta en la brisa tenue… hemos de ponernos en su sintonía y crear el espacio para poder encontrarnos con Él.

Salmo responsorial Sal 84, 9ab‑10. 11‑12. 13‑14

V/. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
R/. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
V/. Voy a escuchar lo que dice el Señor. Dios anuncia la paz.
La salvación está ya cerca de sus fieles y la gloria habitará en nuestra tierra.
R/. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
V/. La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan;
la fidelidad brota de la tierra y la justicia mira desde el cielo.
R/. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
V/. El Señor nos dará la lluvia y nuestra tierra dará su fruto.
La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos.
R/. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.


Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 9, 1‑5
Quisiera ser un proscrito por el bien de mis hermanos

Hermanos:
Como cristiano que soy, voy a ser sincero; mi conciencia, iluminada por el Espíritu Santo, me asegura que no miento. Siento una gran pena y un dolor incesante, pues por el bien de mis hermanos, los de mi raza y sangre, quisiera incluso ser un proscrito lejos de Cristo.
Ellos descienden de Israel, fueron adoptados como hijos, tienen la presencia de Dios, la alianza, la ley, el culto y las promesas. Suyos son los patriarcas, de quienes, según lo humano, nació el Mesías, el que está por encima de todo: Dios bendito por los siglos. Amén.
Palabra de Dios


REFLEXIÓN

“AMORES EN COLISIÓN”
S. Pablo vive una lucha interior fortísima: por un lado siente un amor entrañable a su pueblo, a su tierra, a su cultura, a su gente… cosa que siente como parte de su ser, pero por otro lado se da cuenta que la VERDAD es demasiado grande, demasiado fascinante como para negarla y abandonarla, pues supondría el aceptar la condena eterna por una estupidez.
A Pablo le duele la ignorancia, la cerrazón y la estupidez de su pueblo que teniéndolo todo a su favor, cierra los ojos a la luz de la verdad y prefiere perderse y renunciar a todas las promesas y a toda la grandeza a la que ha sido destinado, antes que abrirse a Dios y ser feliz.
Él confiesa que sería capaz de aceptar lo que fuera, de sufrir lo que hiciera falta, hasta el ser proscrito y despreciado, si es que esto sirviera para que su pueblo abriera los ojos y aceptara lo que el Señor le ofrece: su propia salvación.
Esta misma sensación puede percibirse hoy a todos los niveles: Dios ofrece la PAZ, la FRATERNIDAD, la ALEGRÍA, la JUSTICIA, la VERDAD… la FELICIDAD. Es cuestión de organizar el mundo de otra manera: haciendo que todos vivan con dignidad como personas, colaborando en el desarrollo de todos los pueblos y de una vida mucho más digna, empleando los recursos que existen en la felicidad de todos… estarían acabados todos los problemas, desparecerían todos los desequilibrios, este mundo sería un paraíso en el que cada uno expondría la riqueza de su cultura, de su tierra… Saldríamos todos beneficiados y sobraría para todos. Sin embargo la avaricia, el ansia de poder, y la envidia ciega los corazones de los hombres y se obstinan hasta el punto de establecer la muerte antes que optar por la vida. Entran ganas de decir como S. Pablo: “Estaría dispuesto a dar todo lo que fuera si es que sirviera para que se dieran cuenta”, pero ni la misma muerte de Jesús, Dios encarnado, sirvió para romper la obstinación de los hombres.


Lectura del santo Evangelio según San Mateo 14, 22‑33
Mándame ir hacia ti andando sobre el agua

Después que se sació la gente, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla mientras él despedía a la gente.
Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo.
Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma.
Jesús les dijo en seguida:
— ¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!
Pedro le contestó:
—Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua. El le dijo:
—Ven.
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó:
—Señor, sálvame.
En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
— ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?
En cuanto subieron a la barca amainó el viento.
Los de la barca se postraron ante él diciendo:
—Realmente eres Hijo de Dios.
Palabra del Señor


REFLEXIÓN

“EL SILENCIO, ESPACIO DEL AMOR”
Jesús ha estado todo el día rodeado de gente, no ha podido dedicar su espacio al Padre y Jesús deja el tiempo necesario libre, sale de la aglomeración, de la superficialidad, del chismorreo y la palabrería, del vacío… Dios no está ahí.
Jesús crea el espacio del silencio, de lo gratuito, de lo “ineficiente” para encontrarse con el Padre sin prisas, sin preocupaciones, en la calma.
Jesús despide a la gente después que le ha calmado el hambre del estómago y del oído. Lo hace para poder seguir con ellos: es necesario que Él esté en paz consigo mismo, que se sienta lleno, que tenga la seguridad de Dios y la sienta para poder transmitirla a la gente.
En el episodio de la barca en medio de la tormenta Pedro siente esto y se deja a los compañeros trajinando, siente que el barullo, el miedo y la tremenda preocupación los tiene fuera de la onda de Dios y se da cuenta que sin Él están perdidos; intenta hacer un paréntesis y se arroja al agua en busca de Jesús. Sin embargo, el trajín de lo que está ocurriendo lo vuelve a apartar del deseo de encuentro con Jesús y se viene abajo: «¡Señor, sálvame!»
En los dos momentos se manifiestan dos actitudes interesantes de Pedro que nos identifican a todos: 1ª el hombre que en el peligro siente la seguridad de que Dios no falla y se arroja a sus manos y el 2º momento es cuando Pedro se siente seguro de si mismo y se da cuenta que se viene abajo y da la posibilidad de entender que es Dios quien lo sostiene y no él.
Esta experiencia la reforzará Jesús en el momento en que le pregunta por tres veces: “Pedro, ¿me amas?” Como queriendo decirle: “Fíate de mi” y Pedro reconoce que solo Él es su fuerza: “Tú sabes, Señor, que yo te quiero”. Lo importante no está en ser el artífice del proyecto, sino en recorrerlo y efectuarlo de la mano de Jesús, que es el que en definitiva lo realiza.
No se trata de proclamarnos héroes, sino de ser capaces de compartir y recorrer el camino juntos dejando que Dios sea el que lleva las riendas.
La lección es fenomenal en los momentos en que vivimos para todas las comunidades en las que cada uno intenta ser el gran protagonista y llevarse todos los laureles, en cambio nos hemos olvidado que el triunfo no está en nuestra sabiduría, en nuestra imaginación, en nuestra fuerza en nuestros saberes, en nuestra simpatía… sino en aceptar que Dios es el que lleva el timón y yo a su lado comparto con mis hermanos el esfuerzo y la tarea, atentos siempre a sus ordenes… ¡No a las mías!