jueves, 17 de abril de 2008

-V- DOMINGO DE PASCUA -A-

PRIMERA LECTURA
Escogieron a siete hombres llenos de Espíritu Santo

Lectura de los Hechos de los Apóstoles 6, 1‑7

En aquellos días, al crecer el número de los discípulos, los de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea, diciendo que en el suministro diario no atendían a sus viudas. Los apóstoles convocaron al grupo de los discípulos y les dijeron:
No nos parece bien descuidar la Palabra de Dios para ocuparnos de la administración. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu de sabiduría, y los encargaremos de esta tarea; nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la palabra.
La propuesta les pareció bien a todos y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor, Simón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. Se los presentaron a los apóstoles y ellos les impusieron las manos orando.
La Palabra de Dios iba cundiendo y en Jerusalén crecía mucho el número de discípulos; incluso muchos sacerdotes aceptaban la fe.
Palabra de Dios.

REFLEXIÓN

VOLVER A LA FUENTE”

La lección que nos deja hoy el texto de los Hechos de los Apóstoles es fantástica y de una actualidad enorme, no por su realización sino por su ausencia.
Los apóstoles, en un primer momento se convierten en el eje de las comunidades (de las ecclesias), son ellos los que han estado al lado del MAESTRO, los testigos directos, los mejores interpretes, todo el mundo desea oírlos, hablar con ellos, escuchar de sus labios el mensaje, pues son los que han estado directamente con Jesús. Es la misión principal que tienen: ser transmisores de la experiencia de vida con Jesús, pero a medida que va pasando el tiempo, van surgiendo nuevas necesidades que al ser muchas, van desplazando lo fundamental y cuando quieren acordar están en todo menos en lo que deben estar.
En cuanto existe la necesidad, automáticamente surge también el carisma que capacitará para el ministerio (servicio) que de respuesta a la necesidad. Así fue siempre y no tiene sentido que sea de otra manera.
Los apóstoles no se apoltronan en su autoridad y dejan paso a los carismas para que se puedan solucionar las necesidades de la comunidad y todos son atendidos. “escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu de sabiduría, y los encargaremos de esta tarea; nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la palabra”.
Pero las cosas las hemos cambiado: los carismas ya no responden a la necesidad, ni tampoco el ministerio mira a resolverla. La dinámica ya no es el servicio como expresión del amor que da respuesta a la necesidad de la comunidad.
Es que EL AMOR fue sustituido por la ley y, en consecuencia, la autoridad se convirtió en poder y el ministerio en servicio al poder. Al final, la comunidad, por desgracia, es la última de la fila que tiene que aguantar con lo que venga desde arriba sin que se la tome en cuenta para nada.
Ciertamente, esto se parece bien poco a lo que salió de las manos de Cristo y, en consecuencia es muy difícil que se repitan en estos nuevos esquemas aquello que pertenece a la base y origen de nuestra fe.



Salmo responsorial Sal 32, 1‑2. 4‑5. 18‑19

V/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti. (o, Aleluya).

R/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como esperamos de ti.

V/. Aclamad, justos, al Señor, que merece la alabanza de los buenos; dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor el arpa de diez cuerdas.

R/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.

V/. La palabra del Señor es sincera y todas sus acciones son leales; él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra.

R/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.

V/. Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre.

R/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.

SEGUNDA LECTURA
Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real

Lectura de la primera carta del Apóstol San Pedro 2, 4‑9

Queridos hermanos:
Acercándoos al Señor, la piedra viva desechada por los hombres, pero escogida y preciosa ante Dios, también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo.
Dice la Escritura:
«Yo coloco en Sión una piedra angular, escogida y preciosa; el que crea en ella no quedará defraudado.»
Para vosotros, los creyentes, es de gran precio, pero para los incrédulos es la piedra que desecharon los constructores: ésta se ha convertido en piedra angular, en piedra de tropezar y en roca de estrellarse.
Y ellos tropiezan al no creer en la palabra: ése es su destino.
Vosotros, en cambio, sois, una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que nos llamó a salir de las tinieblas y a entrar en su luz maravillosa.
Palabra de Dios

REFLEXIÓN

“LA ÚNICA Y VERDADERA DIGNIDAD DEL SER HUMANO”

El apóstol Pedro presenta a la comunidad lo que Dios ha hecho: de ser el hombre “algo” que ha perdido todo su valor, lo ha convertido en “alguien” a quien le ha dado la categoría de ser "Hijo" suyo con todas las atribuciones de un hijo. A la comunidad, además, la ha hecho partícipe de algo tan grande como es el poder formar parte del proyecto de Dios de salvación del mundo y cada cristiano bautizado pasa a formar parte de ese templo que mantendrá viva la presencia de la salvación del mundo. De ser “algo” sin importancia, Dios ha constituido al hombre en “alguien” que se levanta por encima de todo lo creado.
Por más que el ser humano quisiera, jamás podría alcanzar a valorar esta dignidad de la que ha sido investido, dignidad que se le ha regalado por Jesucristo. Sin embargo, el hombre sigue queriendo ser el arquitecto de su propia felicidad y sigue despreciando a Dios, quitándolo y hasta considerándolo como el obstáculo que le impide ser feliz.
Al final, siempre le ha pasado lo mismo, desde los mismos comienzos de la humanidad: cuando el hombre desprecia a Dios, que es el único referente de su proyecto de hombre, se destruye a sí mismo y solo volviendo a Él recupera de nuevo su imagen y su dignidad.
Pero también, desgraciadamente, siempre ocurre lo mismo y cada generación repite la misma historia y necesita venirse abajo, morder tierra, para darse cuenta que lejos de Él tiene todos los horizontes perdidos y termina en la muerte y en su propia destrucción. Es justamente lo que Pedro quiere hacerle ver a la comunidad: los hombres por naturaleza tienden a despreciar a Dios porque lo creen su barrera para ser “dioses” y no se dan cuenta hasta que se han perdido que la clave o la piedra angular que sostiene la grandeza del hombre es justamente Dios.
Cuando miramos el momento actual que vivimos en el que vimos que en Europa estorbaba hasta el nombre de Dios en la constitución, ahora lo estamos viendo que se está dando el mismo proceso en todos los países latinoamericanos… como si es que ese fuera el gran problema que impide el respeto entre las culturas, como si el que es el Padre de todos fuera el que está impidiendo que los hombres se respeten y se establezca la justicia y se reconozca la dignidad de sus hijos y se respete la cultura de cada uno… y nadie atropelle lo que es sagrado en cada persona.
Pero como ha ocurrido en cada ciclo de hundimiento de la humanidad, cuando a los hombres les estorba DIOS , es porque la persona ha perdido todo su valor para ellos y se entró en un ciclo de muerte que ya es irreversible. Dios se quita porque estorba para atropellar y destruir la humanidad, pues DIOS es el único que frena al hombre para el mal, pero jamás para el bien.



Aleluya Jn 14, 5

Si no se canta, puede omitirse
Aleluya, aleluya.
Yo soy el camino y la verdad y la vida
—dice el Señor.
Nadie va al Padre, sino por mí.
Aleluya.

EVANGELIO
Yo soy el camino y la verdad y la vida

U Lectura del santo Evangelio según San Juan 14, 1‑12

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
—No perdáis la calma, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias si no, os lo habría dicho, y me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.
Tomás le dice:
—Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?
Jesús le responde:
—Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.
Felipe le dice:
—Señor, muéstranos al Padre y nos basta.
Jesús le replica:
—Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: «Muéstranos al Padre?» ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también el hará las obras que yo hago, y aun mayores. Porque yo me voy al Padre.




REFLEXIÓN

“SER CRISTIANO ES SEGUIR EL CAMINO”

El diálogo de Jesús con el grupo de los apóstoles en un momento en el que se encuentran desconcertados cobrará pleno sentido años después cuando la comunidad se encuentra en dificultades.
Los apóstoles han estado viviendo a su lado poco más de dos años y han podido experimentar algo que estaba fuera del ambiente que había establecido: a su lado habían podido vivir sintiéndose hermanos y amigos, apoyándose unos a otros, sosteniéndose unos en otros, atentos a la vida de los otros… amándose y rompiendo un montón de prejuicios que había montados.
Pero no solo esta experiencia de vida, sino habían aprendido a encontrarle sentido a todo lo que hacían, a diferenciar el bien del mal, a tener un criterio, a descubrir la verdad… es decir, habían aprendido a ser libres, a ser personas. Jesús los había hecho hombres libres. Esta experiencia era irrefutable; a partir de aquí nada era igual.
Jesús no les había enseñado un sistema religioso ni filosófico, como hacían los maestros; les había enseñado un modo nuevo de vivir en libertad.
Cuando muere Jesús y ellos tienen que seguir viviendo, siguen asustados y desconcertados, pero tienen muy claro que no es posible vivir como antes lo hacían y casi por inercia siguen reuniéndose, apoyándose, y viviendo bajo la influencia de Jesús.
Las dos o tres primeras generaciones de cristianos, no tienen conciencia de haber comenzado una religión ni un sistema de nada. Ellos viven de una manera determinada en un ambiente hostil, contrario, y beligerante a todo aquello que pueda suponer el desestabilizar lo establecido por el imperio: no se tolera el que un pobre se declare libre. Ellos se reúnen y a su reunión le llaman “iglesia” que era lo que significaba en griego la palabra (“reunión= ecclesia”)
Cuando ellos tienen que definirse en la vida se dan cuenta que no hay otra forma de vivir en libertad que la que ha dejado Jesús y es ahí donde se entiende aquello que les decía: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, es la única y gran verdad, todo lo demás que aparece en la vida son atajos que no llevan a ningún sitio, son mentiras o verdades a medias que no aclaran nada.
Frente a esto no queda más alternativa que: organizo mi vida en la onda de Jesús y cuentan los demás en mi vida haciéndome solidario, compartiendo alegrías y tristezas, sintiéndome hermano de los hombres y no enemigo, luchando por hacer un mundo más humano en el que quepamos todos y tengamos lo suficiente para vivir, teniendo una actitud abierta y acogedora o me olvido de Dios Padre y me convierto en un individuo excluyente e intolerante que no acepto sino aquellos que son de los míos y entro en la onda del “bienestar y la competición en el tener” buscando mis intereses por encima de la vida de los demás y convierto la existencia en un anticipo del infierno condenado al fatalismo.
Dando un salto de dos mil años hacia delante vemos cuánto han cambiado las cosas: ya no es una experiencia vital la que nos reúne, sino un mandato, ya no es la necesidad vital la que nos empuja a encontrarnos para celebrar, sino una religión que establece unas normas y en la que nos podemos sentir extraños los unos a los otros, pero podemos ser religiosos y hasta se nos permite sentirnos buenos.