jueves, 8 de mayo de 2008

DOMINGO DE PENTECOSTÉS -A-


PRIMERA LECTURA
Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar

Lectura de los Hechos de los Apóstoles 2, 1‑11

Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés. De repente un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.
Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos preguntaban:
—¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿como es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa?
Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.
Palabra de Dios.

REFLEXIÓN
Cuando nos disponemos a hablar del Espíritu Santo nos ocurre algo así como si nos ponemos a hablar de la VIDA, es algo tan grande, tan complejo y a la vez tan simple que no sabes por dónde empezar o por dónde seguir, porque por cualquier sitio que intentes te encuentras inundado.
El pasaje del libro de los Hechos es tan elocuente que cada una de sus palabras está cargada de un significado enorme: El marco donde el Espíritu llega es justamente en el momento en el que el pueblo celebra la donación de la Ley que hace Dios a Moisés en el Sinaí; el Espíritu Santo es la superación de la Ley antigua por la Nueva Alianza en la que Dios estará presente no en una ley escrita, sino siendo vida, fuerza, luz y aliento para su pueblo.
Cuando S. Lucas tiene que describir esa presencia del Espíritu lo hace con unas imágenes que fácilmente nos pueden ayudar a entender su acción, pues de Dios no podemos describir cómo es, sino que lo distinguimos por sus rastros, por lo que hace y su acción es como la del fuego, algo volátil, simple, incontrolable pero que donde se acerca purifica, cambia, destruye, transforma todo lo que encuentra sin que haya algo que se le resista.
La misma cosa ocurre con el viento: no se ve, no se puede coger, solamente se percibe que está ahí, pues se siente, vivifica, nos da aliento… pero cuando arrecia es imparable e incontenible y arrolla todo lo que encuentra sin que haya algo que lo pueda contener.
La misma cosa ocurre con un terremoto: es una fuerza tan impresionante que lo trastorna todo, que lo cambia todo y lo hace todo nuevo, destruyendo todo lo que hay; una fuerza imposible de controlar.
El Espíritu Santo es como todo eso y cuando entra en una persona la purifica, la cambia, la transforma, la vivifica, le da una fuerza que aunque físicamente esté acabada es tan poderosa espiritualmente que no se le resiste nada.
En esta experiencia vital no interviene la ley que queda superada por el Espíritu pues la ley no puede transformar ni purificar ni hacer santos ni dar la libertad.
Pero además, esta presencia del Espíritu queda marcada por otro signo que tiene un eco en el Antiguo Testamento: cuando los hombres se enfrentaron a Dios y quisieron echarle un pulso, instituyeron Babel que es el signo de la discordia en donde los hombres se incapacitaron para ponerse de acuerdo para otra cosa que no sea para hacer el mal. El Espíritu Santo es el único que es capaz de organizar al hombre para el bien y su lenguaje lo entiende todo el mundo, hasta los animales y las plantas, es el lenguaje del AMOR, de la JUSTICIA y de la VERDAD.
Aunque suene a disparate lo que digo, hoy estamos necesitando un NUEVO PENTECOSTÉS, y suena a disparate porque el espíritu vive entre nosotros, pero estamos tan ciegos que el afán de dinero ha cegado el corazón de los hombres y se ha incapacitado para ver la presencia del Espíritu. Cuando esto ocurre la miseria ha invadido el corazón del hombre y necesita un revulsivo tan fuerte que haga los efectos del fuego, del terremoto o del volcán en el corazón del hombre.
Una señal clara de lo que estoy diciendo la podemos ver en uno de los pecados del siglo que indica cómo los hombres vamos retrocediendo: los nacionalismos que nos impiden el que los hombres nos entendamos y vamos acotando hasta que nos ahoguemos en nuestra miseria y estupidez.
Dice el libro de los Hechos que “todos escuchaban en su propio idioma” es decir todos se entendían, en el mundo actual cada vez nos cerramos y nos entendemos menos




Salmo responsorial Sal 103, 1ab y 24ac. 29bc‑30. 31 y 34

V/. Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra. (o, Aleluya)

R/. Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de 1a tierra.

V/. Bendice, alma mía, al Señor. ¡Dios mío que grande eres !
Cuántas son tus obras, Señor; la tierra está llena de tus criaturas.
R/. Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

V/. Les retiras el aliento, y expiran, y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento y los creas, y repueblas la faz de la tierra.

R/. Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

V/. Gloria a Dios para siempre, goce el Señor con sus obras.
Que le sea agradable mi poema, y yo me alegraré con el Señor.

R/. Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.


SEGUNDA LECTURA

Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo

Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 12, 3b‑7. 12‑13

Hermanos:
Nadie puede decir «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo.
Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos.
En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común.
Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.


REFLEXIÓN
Uno de los signos más claros de la presencia del Espíritu Santo es cuando empieza a darse la UNIDAD, pues aunque el Espíritu da una riqueza enorme, porque diversifica, pero toda esa diversidad es lo que enriquece la unidad, pues todo se da para todos, en beneficio del conjunto.
S. Pablo, cuando le habla a los Corintios de la acción del Espíritu Santo les dice que es LA VIDA del Cuerpo, que es la iglesia, y ese cuerpo tiene infinidad de miembros y es la misma VIDA la que los vivifica a todos, para que cada uno ejerza su función en beneficio del resto.
Ningún miembro puede considerarse ni más ni menos importante que los demás, porque todos se necesitan y todos se apoyan, y el momento en que falle uno repercute en todos.
Es el principio máximo de solidaridad por el que el ser humano se dignifica SIRVIENDO a los demás, que es la máxima expresión del amor y por el que se demuestra nuestra grandeza: el hombre es grande no por lo que tiene, sino por lo que sirve, por la capacidad de hacer que los demás se sientan bien por su causa.
Puede plantearse una pregunta: ¿Cómo saber si un don viene del Espíritu Santo o si se hace en nombre del mismo Espíritu? La respuesta se presenta inmediata: el Espíritu es siempre creador de UNIDAD, por lo tanto, todo don o acción que divide y distorsiona la vida de la comunidad, sin lugar a duda, no viene ni se realiza con la fuerza del Espíritu, sino con otra fuerza, con otro “espíritu”.
Para poder ver la autenticidad de ese don, es cuestión de observar los efectos que produce de crecimiento del resto del cuerpo o si, por el contrario, entorpece su crecimiento

Secuencia

Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre
si tu le faltas por dentro;
mira el poder del pecado
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones
según la fe de tus siervos.
Por tu bondad y tu gracia
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.
Amén.



Aleluya
Si no se canta, puede omitirse

Aleluya, aleluya.
Ven, Espíritu Santo,
llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos la llama de tu amor.
Aleluya.

EVANGELIO
Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo

Lectura del santo Evangelio según San Juan 20, 19‑23.

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
—Paz a vosotros.
Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
—Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
—Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.


REFLEXIÓN
S. Juan describe el momento supremo de Jesús de otra forma distinta a como lo hace S. Lucas: En todo el evangelio ha venido destacando en muchos momentos la “Hora” de Jesús. Este es el momento, la “hora” a la que Jesús se refería y en el que hace entrega de su Espíritu, de la misma manera que el Padre se lo ha dado a Él, ahora entrega la misión a sus discípulos para que construyan la PAZ que Él ha traído y que ha comenzado, ahora ellos deberán entregar al mundo.
Esta es la “hora” de la PAZ, el momento en que empieza definitivamente una nueva era de la historia de la humanidad en la que Dios se queda con el hombre y asume la misma historia de los hombres; desde este momento la historia se convierte en lugar de encuentro con el Dios Vivo.
El Espíritu que entrega Jesús es un Espíritu de PAZ de Perdón de Reconciliación: “a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.”
El Espíritu que distinguirá a la iglesia ha de ser siempre éste y no es posible confundirlo con un espíritu que aliente la guerra, el odio, la división, la exclusión, el miedo, la insolidaridad, el terror, o la angustia.
Si antes hablábamos de formas de distinguir el verdadero Espíritu, es cuestión de mirar los efectos que produce y cualquier espíritu que en la persona no produzca estos efectos, no es el Espíritu del Señor resucitado que nos llena de alegría y de liberación, sino otro espíritu que destruye y envenena o confunde, rompiendo la PAZ y la UNIDAD.